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Tribuna
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Ben Bernanke, ortodoxia y sensibilidad

El nombramiento de Ben Bernanke como presidente de la Reserva Federal (Fed) es un hecho de gran trascendencia, por tratarse de un puesto con grandes repercusiones en para la economía de EE UU y toda la economía global. Por principio, el presidente de un banco central debe ser una figura independiente del poder político. El presidente George Bush ha querido mostrar esta vez total neutralidad, y en un intento de no dilapidar toda la credibilidad acumulada durante el largo mandato de Alan Greenspan, ha nombrado a una persona con un perfil muy distinto a los halcones de los que se ha rodeado para otros cargos de relevancia.

Bernanke procede del mundo académico (Harvard, MIT, Stanford y Universidad de Princeton, donde dirigió el Departamento de Economía) y es uno de los economistas más entendidos en economía monetaria, como lo demuestran sus abundantes artículos sobre el tema publicados desde principios de los ochenta en el National Bureau for Economic Research, la American Economic Review, el Journal of Political Economy y en estos últimos años desde la misma Reserva Federal.

Muy particularmente, Bernanke es un gran experto en los aspectos monetarios de la Gran Depresión de los años treinta, caracterizada por un decrecimiento de la actividad y un gran aumento del paro en un contexto de deflación, es decir, de reducción de los precios. Una deflación es tanto o más perniciosa que una inflación elevada pues hace que los consumidores tiendan a posponer el consumo y, por tanto, frena la demanda y causa que las empresas tengan que vender sus productos a precios inferiores a los esperados y, en muchos casos, incurran en pérdidas, con la consiguiente quiebra, pérdida de puestos de trabajo y reducción adicional de la demanda (un círculo vicioso que puede tener enormes costes para la economía). El banco central debe desempeñar un papel de liderazgo para evitar una situación como ésta. Bernanke es autor de un libro de referencia sobre los errores cometidos por la Fed en los treinta, donde analiza también el éxito diverso que tuvieron en varios países las políticas llevadas a cabo.

Un escenario como el descrito no se había repetido en ninguna gran economía hasta los años noventa, cuando Japón entró en una prolongada recesión acompañada de deflación. La recesión se prolongó durante una década por los devastadores efectos de la deflación sobre la confianza de consumidores y empresarios. Durante cierto tiempo se temió que este escenario pudiera extenderse a EE UU y a Europa. Fue en este momento en el que con muy buen criterio Greenspan decidió incorporar a Bernanke a la Fed, por tratarse de uno de los mayores expertos mundiales en el tema. Efectivamente, ya desde la Fed Bernanke escribió artículos de amplia difusión, explicando con claridad las recetas de que disponía la Reserva Federal (en realidad, cualquier banco central) para alejar la posibilidad de una deflación, lo cual contribuyó a desvanecer cualquier asomo de desconfianza.

El hecho de relevar en el cargo a una figura carismática como la de Greenspan podría hacernos pensar que añade un plus de dificultad a la futura labor de Bernanke. Nada más lejos de la realidad. Los que tenemos el placer de conocer personalmente al profesor Bernanke en su faceta académica sabemos de su gran capacidad teórica, pero también que reúne las cualidades humanas para ser un buen comunicador de las políticas y una persona con la sensibilidad social necesaria para que su labor vaya más allá de la ortodoxia en el control de la inflación para preocuparse por las repercusiones que esta política pueda tener en otros ámbitos de la sociedad. Utilizando palabras del título de un muy leído libro del también profesor de Princeton Alan Blinder, a Bernanke se le puede calificar como un hard head, soft heart. Es decir, poseedor del rigor académico para desempeñar el cargo y, al tiempo, de la calidad humana y sensibilidad social necesarias para ser consciente de que detrás de las políticas hay seres humanos reales, con problemas reales.

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