Modelo de gobierno
El huracán Katrina no solo abrió brechas en las zonas más vulnerables y abandonadas de las presas de Nueva Orleans. Su devastador paso por el Golfo de México ha abierto también el debate sobre el papel del Gobierno.
Katrina dejó tras de sí muerte, inseguridad y destrucción, algo ante lo que la Casa Blanca reaccionó muy tarde, mucho más tarde que la cadena de distribución Wal Mart, que envió inmediatamente camiones de ayuda a la zona. Su ausencia en los cruciales primeros momentos de la crisis y la incompetencia que se ha revelado en el Fema (protección civil) han evidenciado hasta qué punto los seguidores de Ronald Reagan -'el Gobierno no es la solución, sino el problema', decía- han adelgazado los servicios públicos recortando impuestos, presupuestos y recursos humanos.
Quienes defienden la idea de un gobierno fuerte denuncian que el desmantelamiento de los servicios públicos por parte de Bush ha agravado la crisis. Una de las muchas voces que se oyen en este sentido es la del economista y premio Príncipe de Asturias Paul Krugman. Este detractor de la filosofía de Reagan asegura en The New York Times que la letal ineptitud de la Administración no fue solo consecuencia de la inadecuada preparación de Bush 'sino de la hostilidad ideológica a la idea de usar el Gobierno para servir el interés público'.
El columnista Thomas Friedman arremetía con rabia contra el ideólogo Grover Norquist, un lobbista bien conectado con la Casa Blanca que aboga por el fin de los impuestos. 'No quiero abolir el Gobierno, sólo reducirlo para que quepa en la bañera y ahí se ahogue', pregona Norquist.
'Parece que sus deseos los de Norquist han sido concedidos', decía también sarcástico el columnista Jon Carrol en el San Francisco Chronicle. 'El Gobierno se ahogó en la bañera de Nueva Orleans y quizá no haya sido una brillante idea. Parece que los impuestos tienen un propósito y cuando se recortan los presupuestos de las agencias pasan cosas desastrosas', decía Carrol.
Intelectuales, políticos, y economistas toman el ejemplo del Katrina para argumentar la necesidad de un gobierno fuerte. Las encuestas parecen indicar que es un sentir general. La popularidad de Bush, ya baja antes del Katrina, ronda mínimos del 38%. Hace cuatro años, tras lanzar la llamada 'guerra contra el terrorismo', era del 80%.
Los seguidores de Reagan no se achican. The Wall Street Journal aseguraba en sus páginas de opinión que el huracán ha demostrado los peligros de confiar demasiado en la eficiencia del Gobierno. La respuesta de Wal Mart ilustra las bondades de la iniciativa privada.
Los republicanos, de hecho, ven en la situación de emergencia oportunidades para dar alas a una agenda que no había avanzado hasta ahora y es más sutil que la reforma de las pensiones o los recortes de impuestos. Se trata de dar a estudiantes desplazados subvenciones para que se enrolen en colegios privados, pagar a organizaciones religiosas (que también viven de la caridad) para que desarrollen labores sociales y eliminar leyes laborales como la obligación de pagar el salario mínimo en obras financiadas con dinero federal. Esta última idea estaba en el programa electoral de 2000 y sólo esta semana Bush la ha puesto en marcha.
A los ciudadanos les toca decidir qué modelo de Gobierno quieren. Katrina les ha dejado claras las opciones.