Mucha más tela que cortar
La satisfacción con que las autoridades comerciales de la UE bendijeron el lunes el nuevo acuerdo para el sector textil con China, al que calificaron de 'justo', 'razonable' y 'pragmático', encierra importantes peligros. Es un pacto de conveniencia -pendiente de ratificar por los 25- que despeja provisionalmente la absurda situación que ha llevado a acumular en aduanas europeas más de 80 millones de prendas como jerséis, pantalones o sujetadores, pero con el que casi nadie gana.
Van a perder los distribuidores, porque una vez superadas las cuotas tendrán que acudir a proveedores baratos en lugares como Bangladesh o Vietnam, posiblemente menos fiables que los chinos. Pierden los consumidores, porque productores menos eficientes impedirán precios mejores. También pierde la industria textil y de confección. Pero no porque le llegue más competencia, sino porque el acuerdo es un parche proteccionista que seguirá aplazando su ineludible reconversión, postergada durante más de una década. La víctima final es el saludable libre comercio internacional.
Poco se habrá avanzado si la UE no ha aprendido la lección. Las cuotas son sistemas de ayuda complicados e indeseables, es decir, equivocados. Las relaciones comerciales con el gigante asiático requieren imaginación y fórmulas inéditas. La industria china es un desafío -aunque se equivoca si busca sólo intereses inmediatos- y la Vieja Europa debe afrontar con inteligencia esa emergente fuerza económica que pone en jaque a muchos sectores europeos, no sólo al textil.
Si las autoridades y, sobre todo, las empresas europeas no asumen la necesidad de adaptarse para competir en un nuevo entorno con los grandes países emergentes, como la India o la propia China, muchos empleos peligrarán en la UE. Y el proteccionismo es la peor solución. Es sobre la base de la calidad y la innovación como debe prosperar la industria europea.