China o el futuro de la economía
China está pasando de ser una economía emergente a una potencia mundial, en directa competencia con Europa y Estados Unidos. Una paulatina transformación que, sin embargo, a veces se subestima porque el poder amarillo sólo se mide en términos de producto interior bruto (PIB). Desde esta perspectiva, la riqueza china es un 86,4% inferior a la estadounidense y un 87,3% menor que la del Viejo Continente. Pero la amenaza del gigante asiático va más allá de su riqueza actual y debe analizarse desde una perspectiva que valore su potencial de crecimiento.
Un estudio que hemos llevado a cabo en Roland Berger calcula que, en menos de 40 años, China podría convertirse en el motor económico del mundo, superando a países como Alemania y Reino Unido en apenas diez años, y alcanzando a Japón una década más tarde. El rápido crecimiento del país, de su renta per cápita, de la inversión extranjera y de las exportaciones, sumado a una progresiva evolución desde la agricultura hacia la industria del conocimiento y los servicios, convierten a China en una seria amenaza para Europa y Estados Unidos.
En 2003, China contribuyó al 32% del crecimiento económico mundial, al 34% del incremento de las importaciones y al 60% de las inversiones. Estos datos indican que, a pesar de su menor PIB, China es el verdadero protagonista del desarrollo del globo. Un papel que le permitirá doblar su aportación a la riqueza mundial en 15 años, en detrimento de Japón, Estados Unidos y, fundamentalmente, Europa.
Este vertiginoso crecimiento tiene un impacto directo en la renta per cápita del país, que está creciendo tres veces más rápido que las grandes potencias, un 7,5% anual frente al 2,1% estadounidense y el 2% europeo. Además, la inversión extranjera en China se ha triplicado en los últimos 10 años, periodo en el que las exportaciones han crecido a un ritmo del 19,5% anual, frente al 6,9% estadounidense y el 5,4% europeo, hasta el punto de que China se ha convertido en la sexta potencia exportadora del mundo.
Pero, para convertirse en una potencia mundial, China necesita multiplicar el número de universitarios y la inversión en I+D. Dos campos donde está demostrando importantes avances (en la pasada década el número de patentes se multiplicó por cinco y los universitarios se han triplicado en los últimos 20 años), pero que deben ir acompañados de una apertura del sistema político, que aporte confianza a las multinacionales y establezca un marco legal que garantice los derechos y libertades de la sociedad'.
Si introduce estas reformas, China se convertirá en una seria amenaza para la aletargada Europa, cuya férrea defensa de un Estado de bienestar que confiere demasiado protagonismo a los Gobiernos está restándole competitividad y minando la actividad emprendedora.
Este escenario amenaza con llegar a dibujar un futuro donde el Viejo Continente se encuentre a medio camino entre el valor añadido estadounidense y el potencial económico de China, entre la alta tecnología y la calidad norteamericana y los bajos costes y tecnología barata del gigante asiático.