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Crónica de Manhattan

Fracaso natural

A pesar de que el cambio climático era un punto fundamental en la reunión que el G-8 celebró en Gleneagles la semana pasada, el muy aguado comunicado final sólo incluyó una irrelevante referencia al Protocolo de Kioto. Algunos miembros de este club de países ricos querían una mención a los logros de este acuerdo y una guía sobre qué hacer a partir de 2012, año en el que expira. Pero no pudo ser, como no pudo ser casi nada práctico en la cuestión medioambiental.

El poder de EE UU, que no es signatario de Kioto, cayó con fuerza en un comunicado en el que la única concesión americana fue aceptar que la acción del hombre es causa del cambio climático. George Bush, que siempre lo ha discutido, dio su brazo a torcer.

No fue gratis. A cambio, en todo lo demás ha salido victorioso, algo para lo que los técnicos de Washington han trabajado en la sombra desde hace tanto tiempo que parte de su trabajo se terminó filtrando a los periódicos. A mediados de junio, The Washington Post titulaba 'EE UU presiona para debilitar el plan climático del G-8'.

El diario afirmaba que ya entonces la Administración había conseguido eliminar las propuestas de acción conjunta para frenar el cambio climático. Así, aunque en el texto inicial se hablaba de fondos para promocionar la investigación de energías limpias y objetivos de reducción de emisiones, en el documento final no hay ni rastro de estas acciones concretas.

Los negociadores americanos han rebajado hasta el peso de las palabras del comunicado.

Según el Post, semanas antes de la reunión del G-8 se había conseguido eliminar un párrafo con detalles de apocalípticos efectos del cambio climático. La subida de la temperatura del mar y el retroceso de los glaciares, entre otros. Tampoco pasó del borrador la enumeración de las graves consecuencias para la salud y el ecosistema.

En su lugar, EE UU presionó por una descafeinada declaración afirmando que el 'cambio climático es una seria amenaza que a largo plazo tiene el potencial de afectar al planeta'. Esta frase, la segunda del comunicado, diluye la fuerza de la amenaza y plantea la duda sobre su efecto mundial al describirla como 'potencial'.

La Administración de Bush tiene práctica en las tareas de edición. Hasta ahora siempre ha tratado de modificar los textos que sugieran o persigan políticas decididas para reducir el calentamiento global.

Y no sólo trata de modificar documentos internacionales. Hace un mes se hizo público que Phillip Cooney, un abogado con un alto cargo en el Consejo de Calidad Ambiental (una oficina de la Casa Blanca), había alterado la redacción de informes oficiales, previamente revisados por científicos, para borrar conclusiones y añadir elementos de dudas sobre cuestiones técnicas que demandarían una política medioambiental distinta. Dos días después de conocerse el trabajo de Cooney, la petrolera Exxon le contrató.

Pese a la edición a la que se ha visto sometido el G-8, Jacques Chirac puso la mejor de las caras para no ver el fracaso. El presidente francés dice que hay una evolución en la posición de EE UU 'para permitirnos progresar en un acuerdo que sea un importante paso para mejorar la situación'. Chirac fue elíptico, pero su postura es clara: buscar concesiones estadounidenses poco a poco. Blair explicó por qué: si no tenemos consenso antes de 2012 'tendremos un problema'.

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