Los límites del sistema eléctrico
El fantasma de los apagones eléctricos vuelve a planear sobre España. El operador del sistema, Red Eléctrica, las compañías y el Gobierno han encendido todas las alarmas, porque el panorama es, al menos sobre el papel, más preocupante que en otros periodos estivales. Al extremo calor con el que ha llegado este verano, se le une una fuerte sequía, que está reduciendo notablemente las reservas de agua, un viento bastante escaso y dos días consecutivos de demanda récord en esta parte del año.
De hecho, ayer, justo el primer día del verano, el sistema eléctrico crujió y REE aplicó las cláusulas de interrumpibilidad a la industria. Un mecanismo que podría generalizarse en los próximos meses, puesto que el Ministerio de Industria está a punto de aprobar una orden para que este tipo de contratos de tarifa barata se amplíe a las empresas que están fuera de la tarifa regulada.
La gravedad de la situación de ayer es que no se trató de las habituales caídas de las redes de distribución -REE tiene detectados tres puntos negros: Málaga, Murcia y Girona-, sino de escasez de generación. Una decena de centrales (entre térmicas y nucleares), la mayoría de los parques eólicos y la mitad de la potencia hidráulica instalada estuvieron prácticamente fuera de combate. Esto se agravó con una circunstancia ajena, que impidió la importación de electricidad procedente de Francia.
Si la falta de producción persiste -aunque se solvente con cortes como los de ayer- y se suma a los problemas en las redes, sólo quedan dos caminos. O se da la voz de alarma con medidas de carácter urgente para frenar una demanda disparada, o los consumidores se acostumbran a convivir con el apagón propio de países en desarrollo. La solución, en absoluto sencilla, requiere una revisión a fondo de la actual situación del sistema eléctrico español. No valen los parches.