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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El fracaso de una cierta idea de Europa

No. El resultado del referéndum sobre la Constitución en Francia supone un desastre de consecuencias difícilmente imaginables para el proceso de construcción europea, al menos tal como se ha entendido hasta ahora por Bruselas y, en general, por la clase política francesa y europea partidaria del sí.

A falta de un análisis más detallado de los resultados, parece claro que lo que ha fracasado en Francia no es Europa. Ni siquiera la Constitución. Ha fracasado una cierta idea de Europa. Ha fracasado Europa tal como la ha entendido hasta ahora la élite política del continente. Y ha fracasado, sobre todo, esta Constitución y la forma en que se ha manejado el proceso de su ratificación.

En cualquier caso, la victoria del no abre, por primera vez en 50 años, la posibilidad de un frenazo o marcha atrás en el proceso ininterrumpido de integración política y económica del Viejo Continente en las últimas décadas.

Esa es una de las consecuencias más graves del golpe de timón que ayer dio una opinión pública que quizá se ha dejado atenazar por una campaña de miedo a la globalización y de supuesta disolución de la identidad nacional, pero que ha exhibido sólidas razones y ha debatido hasta la extenuación, como pocas otras hasta ahora en el Continente. Es cierto que la política interna ha jugado un papel excesivo en este drama: muchos no han resistido la tentación de protestar contra el presidente de la República, Jacques Chirac, y su fracasado primer ministro, Jean-Pierre Raffarin. Se trata de un peligro inherente a todo referéndum. Lo saben bien los políticos franceses desde que Charles de Gaulle dimitiese tras perder una consulta sobre una reforma administrativa menor en 1969. Chirac ha jugado a sacar rédito político con la consulta y ha perdido. Su futuro político, a expensas de un milagro, parece liquidado. Lo grave es que, en su afán por saldar cuentas con el presidente, un sector del electorado no parece haber calibrado el daño que inflingía a Europa.

El fracaso de la Constitución no contribuirá en nada a despejar los temores, reales o imaginarios, que han impulsado el no. Al contrario, probablemnte los agrave, lastrando a Francia y al resto del continente para seguir el paso de la revolución tecnológica, económica y social que vive el planeta desde finales del siglo XX. El mundo no se va a parar. Europa, si se frena la integración del continente, quizá sí. Como ha dicho el líder conservador Nicolas Sarkozy, que ayer se aprestaba a erigirse en sucesor, quizás adelantado, de Chirac, 'el no destruye, pero no construye nada'.

Lo que parece claro es que el referéndum se ha perdido porque una parte de la izquierda, de la que cabía esperar en buena ley un voto afirmativo, se ha rebelado y ha optado por el no. Es un voto, sin embargo, europeísta. Un voto que, pese a conocer el riesgo de confundirse con los seguidores de la ultraderecha de Le Pen, con los comunistas, o con aquellos que objetan de raíz al proceso de construcción europea, ha preferido expresar de esta manera su descontento con esta Constitución, con esta Europa y con las maneras con las que se ha manejado todo el proceso.

Sin embargo, la tensión vivida en la campaña del referéndum francés ha puesto de relieve que Europa, en contra de las opiniones más manidas, sí interesa al ciudadano. Francia ha dado al resto del continente una lección de democracia y de capacidad de debate. Y, salvo los ultranacionalistas, nadie ha cuestionado la construcción europea.

En todo el espectro político, en cambio, se ha apreciado un descontento con la actual gestión de ese proyecto. Entre argumentos razonados y viscerales, entre críticas fundadas y descabelladas, se percibe una desconfianza general hacia un modelo que escapa al control democrático del ciudadano. A partir de hoy, pues, resulta imprescindible buscar remedio a todo ello, antes de pergeñar salidas técnicas o políticas a la catástrofe de ayer. La unión política de Europa se hará con Francia o no se hará. Así ocurrió con la unión aduanera, primero, y la monetaria, después. No cabe otra idea para el futuro del Continente.

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