El analista infalible
No son pocos los expertos en Bolsa que declinan, por lo general, dar consejos de inversión a sus amigos. Aunque el mercado de valores tiene a ojos de los profanos una vitola sociedad de iniciados, en realidad éstos tienen acceso a información privilegiada en contadas ocasiones. Y si no tienen del todo claro el mejor consejo para ellos o para sus clientes, prefieren no exponerse a las quejas de los conocidos si la recomendación resulta fallida.
Esto viene a cuento de que un juzgado de Florida ha condenado a Morgan Stanley a pagar una compensación millonaria a un inversor al que dio un mal consejo. No se trataba de un ahorrador cualquiera, de estos que planifica su jubilación en función de vajillas o edredones, sino del presidente de la compañía de cosméticos Revlon. Ronald Perelman siguió los consejos de Morgan a la hora de vender una participación en una empresa a cambio de acciones de otra, pero ésta acabó en la quiebra y el inversor perdió 680 millones de dólares.
El caso es un tanto distinto de aquel de las recomendaciones engañosas que obligó a cambiar las prácticas de la banca de Wall Street. Entonces el fiscal de Nueva York, Eliot Spitzer, logró demostrar que algunos analistas dudaban en privado de las acciones que recomendaban, y con entusiasmo, en público. De forma paralela, estos mismos bancos lograban negocio de inversión de las entidades recomendadas.
El caso de Florida es diferente. El cliente es un inversor cualificado, presidente de una firma multinacional, y las informaciones sobre el caso no indican que Morgan Stanley tuviese un conflicto de intereses como en los casos de las compañías puntocom.
En realidad, no se puede pedir al analista que sea infalible y que adivine el futuro. Sería un error poner en el mismo saco los evidentes conflictos de intereses de la banca con simples errores de apreciación, como lo era en su día achacar las recomendaciones engañosas a un simple mal hacer profesional.