La apuesta del PP por la derrota
Termina el debate sobre el estado de la nación mientras quedamos a la espera de las resoluciones que se presenten a votación el próximo martes. Pero el público quiere que se proclamen los resultados del partido. No se conforma con lo que ha visto por televisión o escuchado en la radio. Necesita que le digan quién ha ganado. Digámoslo ya. Ha ganado el presidente José Luis Rodríguez Zapatero por goleada. Los únicos goles que subieron al marcador fueron los que entraron en la portería del PP, aunque fueran disparos certeros a la propia puerta del presidente de esa formación Mariano Rajoy.
La jornada del miércoles demostró la apuesta irreductible del PP por la derrota. Ese Rajoy con buena formación jurídica, con habilidades probadas, con experiencia de Gobierno, con esgrima parlamentaria, con sentido del humor, se evaporó. Por eso sólo vimos al peor Rajoy, flanqueado por la guardia pretoriana de Ángel Acebes y Eduardo Zaplana y obediente al mando a distancia de Aznar.
Nadie acierta a comprender por qué Mariano Rajoy, que tenía a su disposición un año de Gobierno para trazar un balance crítico impecable, prefirió meterse en todos los charcos. Su aproximación a cuestiones como la lucha contra el terrorismo etarra, la financiación autonómica o las relaciones con Fidel Castro, sólo permitieron el lucimiento de José Luis Rodríguez Zapatero.
Nadie comprende por qué Rajoy, que tenía un año de Gobierno para trazar un balance crítico impecable, prefirió meterse en todos los charcos
Cómo pedir explicaciones del comportamiento de ZP a partir de barruntos y juicios de intenciones cuando fue José María Aznar quién apareció un día llamando a ETA Movimiento de Liberación Nacional Vasco para cumplir la condición inicial que permitiera las negociaciones con la banda terrorista. Unas negociaciones que se desarrollaron el 19 de mayo de 1999 en Zurich con los terroristas de un lado y la tripleta enviada por Moncloa a base del secretario general de presidencia Javier Zarzalejos, del secretario de Estado para la Seguridad Ricardo Martí Fluxá y del inexplicable asesor electoral Pedro Arriola.
Quién es ese asesor o speech writer con ideas de bombero que introdujo en el discurso de Mariano Rajoy la cuestión de la financiación de las comunidades autónomas. Es que se ha borrado la memoria de cuando por la pura necesidad de los votos de CiU para la investidura de Aznar en 1996, el PP con Rodrigo Rato al frente duplicó la cesión del IRPF del 15% al 30% en unas negociaciones del Hotel Reina Sofía de Barcelona, las más productivas para el president Pujol, que supo cobrarse en metálico los insultos recibidos la noche del recuento electoral.
Qué dos semanas aquellas que asombraron al mundo, cuando por ejemplo se decidió sin mayores reflexiones suprimir el servicio militar obligatorio al que se refiere el artículo 30 de la Constitución, según el cual 'los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España' y 'la Ley fijará las obligaciones militares de los españoles y regulará, con las debidas garantías, la objeción de conciencia, así como las demás causas de exención del servicio militar obligatorio, pudiendo imponer, en su caso, una prestación social sustitutoria'.
Como dijo en cierta ocasión Carlos Luis Álvarez, los del PP ahora han puesto de nuevo en marcha la maquinaria infernal para perder las elecciones. Imbuidos del espíritu del suicido político colectivo parecen empeñados en consumar el desastre. Sucedió también cuando los críticos de UCD, que en 1977 y en 1979 fue el partido más votado pero sin alcanzar la mayoría absoluta de la Cámara, decidieron abominar de la ubicación centrista de esa formación, considerada a partir de entonces como una mariconería deplorable, y se sumaron con diferentes siglas para constituir junto a la Alianza Popular de Manuel Fraga una Coalición Democrática que imaginaban 'la mayoría natural' y resultó minoría irremediable, porque fuera del centro la victoria electoral es inalcanzable. Los entusiastas pueden tener un papel pero sólo con sus papeletas ganar es imposible y Rajoy lo tiene muy sabido. Entonces, ¿por qué?