Un futuro incierto para la UE
El futuro no es lo que era'. El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, resume con ese verso de Paul Valéry la diametral diferencia de las expectativas económicas de la Unión Europea en el año 2000 y la situación en esta primavera recién comenzada. Hace cinco años, los 15 países de la Unión, en plena euforia tecnológica y bursátil, se proponían desafiar el dominio económico de EE UU a escala mundial. Ayer, los responsables de la UE pactaron una agenda de tímidas reformas económicas que ya sólo aspiran a mantener el nivel competitivo de la industria europea más tradicional frente a rivales emergentes como China, India o Brasil.
La incertidumbre económica que domina los mercados mundiales desde 2001 y las agendas políticas nacionales en los principales países de la UE no permiten, por ahora, mayor ambición. Francia afronta un complicadísimo referéndum sobre la Constitución europea el 29 de mayo. Ese mismo mes, probablemente, el líder británico, Tony Blair, se jugará en las urnas su tercer mandato. Los gobiernos del canciller alemán Gerhard Schröder y del primer ministro Silvio Berlusconi renquean con dificultades para llegar a las elecciones de 2006. Y para colmo, la reciente ampliación de la UE, que se interpretó a priori como una inyección de savia laboral y económica renovada, no ha hecho más que alentar fantasmas proteccionistas en los miembros más veteranos. Berlín y París parecen temblar ante la amenaza competitiva de Letonia o Eslovaquia, olvidando que el desafío para las empresas europeas llega bastante más lejos.
Con ese escenario de fondo, no cabía esperar que la cumbre europea concluida ayer en Bruselas marcase un hito en la modernización económica del Viejo Continente. Los 25 líderes se han limitado a repetir las recetas, hasta ahora incumplidas, de aumentar la inversión en I+D, en formación y a expresar su deseo de que aumente en Europa la tasa de actividad y el potencial de crecimiento. La única medida concreta radica en una reforma del Pacto de Estabilidad que, en principio, debe permitir una interpretación mucho más racional de las normas de rigor fiscal. Pero que, en una unión sin liderazgo fuerte ni objetivos claros, corre el riesgo de convertirse en una coartada para la irresponsabilidad fiscal que difícilmente podrá contener la Comisión Europea, que sale del entuerto más debilitada que nunca.
Se puede afirmar que el cierre de esta cumbre pone de relieve un cierto repliegue nacionalista dentro de la UE, como lo ejemplifica la rotunda oposición francesa a la liberalización del sector servicios y la adjudicación a cada gobierno de la política de empleo acordada en Lisboa.
Por otra parte, la amenaza del BCE de endurecer la política monetaria se enfrenta a un marco muy contradictorio. La intención del BCE está dictada por su temor tras la flexibilización del Pacto de Estabilidad y, también, por la política de subida de tipos de la Reserva Federal. Sin embargo, las magras perspectivas económicas de Alemania, el motor de Europa, y el bajo crecimiento del resto de la eurozona, restan fuerza y lógica a la pretensión de Jean-Claude Trichet.