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Columna
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El sol vuelve a salir en Japón

Tras una década de contribución casi nula, Japón vuelve a ser un elemento importante en el crecimiento de la economía mundial. El autor explica las razones para el optimismo sobre la evolución de aquella economía, pero también subraya ciertas incertidumbres

Ángel Ubide

Desde la explosión de la burbuja bursátil e inmobiliaria a finales de los ochenta, la economía japonesa ha experimentado varios renaceres que se abortaron prematuramente. Las razones fueron varias: la impaciencia del Banco de Japón en 1992, la apreciación del yen en 1994, el aumento prematuro de impuestos en 1996 y la crisis bancaria del 2000. Pero además de las razones especificas de cada periodo, todos estos episodios compartieron un denominador común: la ausencia de un plan claro y decidido de reforma de los sistemas empresarial y bancario. La debilidad de la economía japonesa se debía no a la falta de estimulo fiscal o monetario, sino a la existencia de una estructura económica insostenible basada en la financiación bancaria de industrias no competitivas a nivel mundial.

A pesar del riesgo que entraña decirlo, esta vez es diferente. Tras 10 trimestres de crecimiento ininterrumpido, la economía japonesa se encuentra en una posición estructural mucho mas sólida. Las razones para el optimismo son varias. Desde el punto de vista cíclico, las exportaciones japonesas se benefician del fuerte crecimiento mundial generado por la revolución tecnológica y la entrada de China e India en el comercio internacional, y el yen se ha mantenido a niveles muy competitivos. El aumento de los precios petrolíferos ha tenido un impacto menor en la economía japonesa, ya que Japón importa sobre todo crudo pesado cuyos precios se han mantenido un 20% por debajo del crudo WTI (West Texas Intermediate). Finalmente, la valoración del mercado bursátil es mucho más ajustada que en episodios anteriores, y por tanto una posible corrección tendría efectos mucho mas limitados.

Desde el punto de vista de la política monetaria, el cambio de la guardia en el Banco de Japón en 2003 ha sido muy importante. La llegada de Fukui como gobernador ha supuesto el fin de los titubeos y la implementación de una política clara, decida y moderna de lucha contra la deflación.

La banca ha abandonado la política de mantener vivas compañías ruinosas con renovaciones continuas de créditos, y eso ha eliminado muchas empresas zombis

La clave del éxito contra la deflación está en la generación de expectativas de inflación. Hasta la llegada de Fukui, la política del Banco de Japón era siempre una de cal y otra de arena: reducciones de tipos de interés acompañadas inmediatamente de declaraciones antiinflacionistas que cortaban de raíz el efecto de la relajación monetaria. La nueva estrategia del Banco de Japón se adecua a la doctrina monetaria moderna: ha declarado en público que no abandonara la política de tipos de interés cero hasta que no se haya generado inflación de manera persistente y definitiva. Sólo de esta manera se pueden generar expectativas de inflación que eliminen de manera permanente la deflación.

Las razones más importantes para el optimismo se encuentran, sobre todo, en la reforma estructural. Las autoridades japonesas han llevado a cabo una limpieza importante del sector empresarial, reemplazando una cultura basada en la servidumbre del sector bancario a los deseos de la política industrial por otra basada en la gestión del riesgo de crédito con el objetivo de maximizar el beneficio. El sector bancario ha eliminado una gran parte de su cartera morosa y prácticamente ha eliminado la política de mantener vivas empresas ruinosas a base de renovaciones continuas de créditos. Esto ha contribuido a eliminar la gran cantidad de empresas zombis que se mantenían vivas artificialmente e impedían que progresara el necesario proceso de destrucción creativa, eliminando así gran parte del exceso de capacidad generado durante la burbuja.

El sistema bancario, con algunas pequeñas excepciones, está pues listo para la eliminación de la garantía de depósitos universal en vigor actualmente, y puede empezar a contribuir al crecimiento en lugar de detraer del mismo. Esto ha generado un aumento de la confianza no visto en mucho tiempo, reflejado en los primeros síntomas de estabilización -e incluso de aumento- de los precios inmobiliarios.

El último factor importante es que la economía asiática se ha regionalizado de manera importante en los últimos años. El principal destino de las exportaciones japonesas es Asia, no Europa o EE UU. El proceso de integración regional esa avanzando rápidamente y generando importantes beneficios para todos los países de la zona, además de aislarlos de la turbulencia económica en el resto del mundo.

Las razones para el optimismo son múltiples, como se puede ver. Sin embargo, está es una visión de corto plazo. El largo plazo presenta más incertidumbres, ya que la situación fiscal es insostenible y el envejecimiento de la población lo complica todavía más. En algún momento Japón tendrá que comenzar a adoptar políticas fiscales restrictivas que reduzcan el stock de deuda -actualmente por encima del 170% del PIB- y que inevitablemente conllevarán aumentos importantes de impuestos.

Este panorama fomenta el ahorro e incita a muchas empresas a abandonar Japón e instalarse en cualquier otro centro de la región, como Singapur, para evitar la incipiente subida de impuestos. De todas maneras, tras una década de contribución prácticamente nula al crecimiento mundial, es esperanzador que Japón vuelva ser un elemento importante de la economía mundial.

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