Crónica de Manhattan China y el textil
A unque son lugares muy distantes y distintos, la globalización hace posible que muchos trabajadores camboyanos esperen 2005 con igual desconfianza que un buen número de ciudadanos de Carolina del Norte.
A partir del 31 de diciembre finaliza el sistema de cuotas globales a las exportaciones del textil de China vigente durante 20 años. Una vez levantadas estas restricciones al gigante asiático se espera que, gracias a sus bajos costes de mano de obra, tarde muy poco en dominar el mercado textil.
En Carolina del Norte, donde se localiza parte de la maltrecha industria textil de EE UU, se percibe el que viene como el año en el que las fábricas americanas que quedan tendrán que echar el cierre masivamente. Ciudades como Kannapolis donde esta producción es una suerte de monocultivo, a pesar de que ya hayan desaparecido buena parte de las fábricas, pueden resultar severamente afectadas. El sector servicios no puede absorber toda la mano de obra y además sus sueldos son más bajos.
Pese a su debilidad económica, los fabricantes del textil aún tienen influencia política y más cuando hay elecciones. Así, días antes de las presidenciales, la industria del textil y la confección consiguió que el Gobierno aceptara estudiar una solicitud para limitar las exportaciones chinas. Es algo que se puede hacer temporalmente hasta 2008 y de hecho George Bush ya limitó la entrada en el mercado de ciertos productos cuya cuota venció en 2002.
Pero mientras los productores cruzan los dedos para que ahora su petición sea concedida, los importadores (cadenas comerciales como JC Penny o Liz Claiborne) han interpuesto una demanda para evitar que el Gobierno lo haga. Para los importadores las pretensiones de los fabricantes son injustas y les recuerdan que la producción textil se desplazó desde Nueva Inglaterra y Nueva York a Carolina y otros estados porque la mano de obra no sindicalizada era allí más barata. Justo lo que ocurre ahora en China.
No es sorprendente que esta batalla comercial que se libra en Washington haya dado lugar a extrañas alianzas. Y es que si en el pasado los productores americanos cedieron posiciones ante la competencia de América Central y el Sureste Asiático, ahora éstos países también tienen en China a su bestia negra. Camboya y Vietnam presionan para que la Administración o el Congreso les ayude a no perder cuota del mercado americano que tienen cuando su vecino compita sin restricciones. El embajador de Camboya en EE UU, Roland Eng, ha reconocido que este es un momento crucial. 'Si perdemos la mitad de nuestro mercado en EE UU por China se producirá un efecto devastador en cascada en nuestra economía', ha dicho. Hay, al menos, dos consideraciones que complican aún más la decisión del Gobierno. Por un lado, China ya ha advertido de lo contraproducente que sería, políticamente hablando, imponer limitaciones a sus ventas. Por otro, el tratado de libre comercio con Centroamérica aún tiene que ser aprobado y desde el Gobierno se es consciente de que tienen que templar los ánimos de los que más recelan de las ventajas económicas de este tipo de pactos mostrando una cierta dureza con China. Es imposible que Bush complazca a todos pero su decisión no puede retrasarse mucho.