Tropezar con la muralla china
Que China se ha situado en el punto de mira de todo el mundo no es ninguna novedad. Los empresarios de todo el globo miran al gigante asiático por varios motivos. Por un lado ven en sus millones de habitantes un mercado potencial tan grande que parece que nadie se resiste a intentar poner un pie en el país de la Gran Muralla. Por otro, parece inevitable que China se convierta, cada vez más, en la gran fábrica del mundo. Nadie puede competir en occidente con sus salarios y la deslocalización, cada vez que se produce, mira a Asia como la tierra prometida.
Hay una tercera vía. La de aquellos que ven en China un gran mercado y que piensan que lo mejor es instalar un centro de producción allí para atender la demanda que se pueda generar en el país y en sus alrededores. No se trata por tanto de una deslocalización al uso, puesto que lo que allí se produzca no volverá a España. Se trata de abrir un nuevo e inmenso mercado. Esa es la idea que llevó a la pyme valenciana Pinturas Blatem a iniciar una aventura allá por 1997 para instalar una fábrica de pintura en aquel país. 'Una vía dolorosa', explica con sentido del humor Antonio Esparza, el directivo de la compañía valenciana que lleva siete años sorteando la burocracia del país asiático.
Todo empezó tras una primera experiencia con un importador chino que no cuajó. 'Pero como habíamos puesto un primer pie en el país, nos decidimos a apostar', señala Esparza. A finales de 1997 Blatem entra en contacto con una empresa local (estatal, naturalmente) dedicada a la fabricación de turbinas llamada Dong Fang Steam Turbine Works. Esta empresa situada en la provincia de Chengdu (12 millones de habitantes), había decidido diversificar su actividad para dar trabajo a la población en la que está ubicada, Man Zou, de unos 40.000 habitantes. 'Prácticamente todo el pueblo está vinculado a la empresa, por lo que ahora buscaban crear nuevas sociedades que dieran empleo a los hijos de los trabajadores y evitar así la emigración', señala Esparza.
Cuando se inicia el contacto, Dong Fang ya tiene una filial que produce resinas. Se trataba ahora de crear una nueva en colaboración con la empresa española. 'A los meses de negociar ya teníamos claro que había que firmar una carta de intenciones. Eso era 1998. Pues no fue hasta agosto de 2000 cuando se firmó', explica del directivo de Blatem. La explicación: 'Existe una rigidez muy grande. Todo se basa en El libro Wazul de las finanzas, una especie de manual que cualquier negocio debe respetar. De hecho la carta de intenciones sufrió hasta 20 modificaciones antes de rubricarla. Cualquier palabra tenía que estudiarse', relata Esparza mostrado montañas de faxes escritos en ideogramas chinos y traducidos posteriormente.
Pero eso no era suficiente. El siguiente paso era redactar el contrato de la joint venture y el articulado del estatuto de empresa. 'Esto nos llevó hasta marzo de 2003 y, al final, no sirvió, porque las autoridades chinas decidieron cambiar la figura de la compañía a una cooperativa'. Finalmente se superaron los escollos de la constitución de la sociedad así como de consecución de la licencia de negocios, que costó tres años. Pero empezaron otros. 'Nuestros socios querían crear una estructura enorme para un negocio aún inexistente, por ejemplo 35 empleados para hacer cosas que aquí se podría hacer con seis o hasta cinco directivos. Todo esto lo tuvimos que parar y renegociar', explica Esparza.
Según el directivo de Blatem, el problema no es que exista mala fe por parte de la los socios chinos. 'Lo que ocurre es que no tienen la cultura empresarial que tenemos los países occidentales, puesto que para ellos la rentabilidad, el ahorro de costes o simplemente la necesidad de realizar una labor comercial para vender el producto no son aspectos que se den por supuestos', explica Esparza. Pero la empresa valenciana no se da por vencida a pesar de los problemas y de la burocracia -en el momento de la entrevista un fax de Dong Fang comunica a Blatem que hay que modificar la estructura societaria otra vez- y confía en poder poner en marcha la producción cuanto antes.
La captación tecnológica es la obsesión del gigante
'Están obsesionados por la tecnología', explica Antonio Esparza. La compañía, durante todo el proceso burocrático, ha puesto en marcha una pequeña planta de producción a la que envía la pintura semiacabada. 'Ellos han insistido mucho en que transfiramos la formulación de la pintura, ya que su objetivo es conseguir tecnología, pero nosotros hasta que no tengamos claro el futuro del proyecto no queremos entregar 40 años de trabajo aquí', explica.Según Esparza, todo podría ser más sencillo. 'Pero siguiendo estos cauces podemos lograr que la pintura de Dong Fang Blatem sea la que se use en cualquier obra que se realice en la zona si el gobierno así lo ordena'.