Debate militar
Anthony Zinni ha estado 40 años al servicio de la administración de EE UU, primero como militar, llegando a ser general de cuatro estrellas y responsable militar en Oriente Medio, y luego como diplomático.
Ya retirado, Zinni ha puesto un límite a su lealtad y ha criticado muy duramente al Gobierno en un reciente libro sobre su carrera, escrito por Tom Clancy (Battle Ready). El ex general se ha alineado con otros ex militares de alto rango (Norman Schwarzkopf, Wesley Clark y Brent Scowcroft, entre otros) para arremeter contra la guerra de Irak, que cree que es equivocada en objetivo y momento. Dice el militar, que esta guerra la querían los civiles pero no los militares. Zinni asegura además que la estrategia bélica ha sido fallida.
æpermil;l dice que cuando estaba al frente de las tropas en Oriente Medio una de sus responsabilidades fue desarrollar un hipotético plan de invasión de Irak. Como Schwarzkopf, quien le precedió en el puesto, Zinni siempre fue partidario de entrar en batalla con un gran número de efectivos. Es decir, la doctrina militar de Colin Powell que impone como necesaria una fuerza militar abrumadora que actúe con objetivos políticos claros y estrategia de salida definida.
Pero EE UU puso en marcha la 'doctrina Rumsfeld' basada en un contingente comedido de fuerzas en el terreno, apoyado por armamento de alta tecnología. Su ventaja es que, sobre el papel, apenas se necesitan aliados, algo muy apropiado para políticas unilaterales.
Los fallos de esta visión de Rumsfeld han emergido con crudeza. Los americanos, que ya castigan en las encuestas a Bush, empiezan a creer que la estrategia de salida no estaba planificada y que la zigzageante racionalidad de la guerra ha hecho imposible un objetivo político para la acción militar.
Otro de los resultados de esta guerra es que los americanos ven del resultado de la privatización parcial del ejército, acelerada en la última década, para reducir su coste. Poco se había hablado de los ahora omnipresentes 'contratistas', o entidades militares privadas, que como CACI o Blackwater forman parte de un sector en expansión de apoyo al ejército. Esta guerra ha puesto en evidencia la zona gris en la que se mueven excediendo en algunos casos sus funciones no militares mientras sus responsabilidades jurídicas son confusas.
En Irak un contingente de varias de estas empresas suman unas 20.000 personas en el terreno, muchos de ellos ex militares mejor pagados que en el ejército. Estas entidades militares privadas, que son un fuerte lobby en Washington tienen fuerzas desplegadas en 50 países como Filipinas o Colombia, por ejemplo. En febrero The New York Times informaba del caso de tres americanos que trabajaban en secreto para dos subsidiarias de Northorp Grumman en Colombia y que fueron secuestrados por la guerrilla. Sus familias han criticado que se haya olvidado un caso que muestra el mundo de operaciones secretas hechas por empresas que hasta ahora no han sido tuteladas efectivamente por el secretismo con el que se envuelven.
La recién abierta investigación a CACI, encargada de proveer logística e implicada en las torturas de Abu Gharib puede ayudar a aclarar el papel de estos llamados 'modernos mercenarios' pero el precio ha sido alto. El papel de estas empresas es una tarea a revisar en el moderno ejército de Rumsfeld.