El debate sobre los transgénicos
La noticia causó el miércoles un cierto revuelo, aunque justo es reconocer que mucho menor que la polvareda de los últimos años, o de lo que desearían los grupos ecologistas. La Comisión Europea decidió autorizar el primer transgénico desde 1998, poniendo fin así a una moratoria de hecho sobre estos productos. En concreto, se trata de un maíz (resistente a un tipo de mariposa), que se podrá consumir en Europa (en forma de aceite o comidas preparadas, y que se venderá envasado o al natural), pero que curiosamente no se podrá sembrar (esa posibilidad se analizará en junio). Desde Bruselas se insistió en su inocuidad para la salud humana. Los grupos que se oponen lo presentaron, con las hipérboles de rigor, como una catástrofe en ciernes. Y entre ambos, los ciudadanos no acaban de fiarse. Desgraciadamente, por las razones equivocadas.
Los sondeos muestran que, al menos hasta 2001, un 70% de los europeos recelaba de los organismos genéticamente modificados (OGM). Lo cual no es de extrañar, dado la actitud ambivalente que las propias autoridades comunitarias mantienen sobre el tema. Las nacionales, más sensibles a los votos, suelen mostrarse más resueltas y se oponen de forma directa. Sobre el maíz aprobado el miércoles, ése fue el caso de Francia, Dinamarca, Austria, Luxemburgo, Grecia y Portugal. Bruselas duda entre ceder ante la presión de los socios comunitarios o ante la de la industria. La falta de evidencia científica sobre los daños que alegan los ecologistas apoya esta última posición.
Pero algunos pasos en falso pueden desanimar incluso al más racionalista defensor de los OGM. Pese a la aparente novedad del maíz autorizado el miércoles, en España se cultivan ya otras 16 variedades. Y resulta que el único utilizado hasta 2002 se prohibirá el año que viene porque puede provocar resistencia a los antibióticos (pero no es perjudicial para la salud). Errores como éste alientan la desconfianza, y dificultan un debate serio e imprescindible.