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Columna
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Respuesta al honorable presidente de la Generalitat

Querido presidente: agradezco que te hayas tomado la molestia de leer y contestar mi artículo del pasado 19 de febrero Cinco Días del jueves 4 de marzo y aún más tu referencia a nuestra vieja amistad, pero considero una cortesía excesiva las alabanzas a la calidad de aquél. Me honra, además, la invitación al diálogo, si bien desconfío de tal propósito dada la inclinación de los políticos al monólogo.

Esa sospecha se confirma después de leer tu largo artículo -¡ojalá los responsables del periódico me permitiesen de vez en cuando sobrepasar el límite de las 700 palabras marcado para mis colaboraciones!- pues de las cuatro cuestiones centrales en que se basa mi citada colaboración sólo la última merece tu atención.

Desde hace tiempo pienso que para la gran mayoría de los barceloneses, en particular, y los catalanes en general, si Madrid no existiese habría que inventarlo. Acaso ello se deba a los éxitos del Real Madrid, pero el caso es que el mito subsiste. Me cuesta creer que el 'divorcio' entre Madrid y 'los pueblos de España, sus nacionalidades y regiones' sea tan profundo, extendido y grave como afirmas, sobre todo cuando viajo por la mayoría de esas regiones y hablo con gente normal.

En todo caso, y con datos en la mano, resulta infundado, en mi opinión, que la visión de la 'España única e inmutable' haya arrojado miles de millones sobre Madrid relegando al olvido a Cataluña -véase las cifras del Balance Económico Regional, años 1995 a 2002, publicado por la fundación Funcas, y podrá comprobarse cómo en ese periodo la formación bruta pública de capital fue mayor en aquella comunidad que en Madrid y solamente durante el trienio 2000-2002 Madrid ha atraído más inversión privada-.

Una de las razones por las cuales la imagen de los madrileños fuera de su comunidad no es tan desastrosa como opina el presidente de la Generalitat es que se reconoce el alcance de su solidaridad con otras regiones. Cierto que los catalanes también lo son, pero de plasmarse la exigencia de resultados iguales -'pagar por renta y recibir por población'- me temo que la acusación de insolidaridad será creciente... y cierta. ¡Confío, querido presidente, que no trates esta afirmación con el mismo desdén mostrado hacia la presidenta de mi comunidad a propósito de una cuestión semejante!

No pretendo discutir de políticas ferroviarias o viarias -¡por qué estaría en contra de construir los pocos kilómetros que separan Vitoria de Logroño!-, sino de política a secas. Pero sobre ésta se alude poco en tu artículo, salvo para reclamar 'más dinero y más poder', afirmando que 'Cataluña quiere estar en el puente de mando'. A los madrileños esa ambición nos parece muy normal -¡quizás no pueda decirse lo mismo de otras regiones!-, pero me temo que reaparecen aquí, debidamente modernizados, los viejos sueños imperialistas tan agudamente analizados por Ucelay Da-Cal, incluido el sempiterno propósito de incorporar al mismo, lo quieran o no, a nuestros vecinos portugueses y del sur de Francia. Ahora bien, esa capacidad de mando requiere, como mínimo, lealtad, y es ésa virtud que hasta ahora parece haber estado ausente en las relaciones entre la Generalitat que presides y el Gobierno mal llamado 'de Madrid', pues es el de toda la nación, aun cuando no pocos preferirían legítimamente otro.

Hay que respetar las diferencias, sin duda; aceptar la igualdad de derechos, también; preservar identidades, lenguas y culturas, por supuesto, pero sin amenazas caso de no aceptar nuestras pretensiones. Y por ello debemos recordar la historia, incluso cuando nos enseña lo que no nos agrada: por ejemplo, cuál fue la actitud de ERC en la II República. Pensar que ahora va a ser diferente eso sí es una 'ingenuidad' y no el entrevistarse con los gerifaltes de una banda de asesinos.

En conclusión, agradezco honorable presidente tu amabilidad pero lamento que hayas utilizado mis análisis -acertados o equivocados- para realizar un alegato electoral, muy lejos, juzgo, de la esencia de lo que debería ser el diálogo que dices ofrecerme, al igual que deploro la orientación de tu política catalana -que juzgo más nacionalista que socialista- y su influencia en la escena española -porque originará enfrentamientos e insolidaridad-. Pero con todo queda la amistad, pues no en vano ese fue el más fuerte vínculo que el Frente forjó entre casi todos nosotros.

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