Márgenes sonrojantes
La inflación está relativamente bajo control por vez primera en casi cuatro años, con una tasa interanual del 2,6% y un diferencial con la unión monetaria europea soportable, sobre todo si se compara con el habitual en los últimos 50 meses. Sin embargo, el Gobierno mantiene la preocupación por la evolución del precio de una serie de productos que tienen un comportamiento muy errático y alarmantemente elevado en los últimos meses. Se trata de los alimentos frescos.
Pese a que los precios ya han frenado su carrera alcista desde los tirones del pasado verano, fundamentados en la ola de calor, la Administración mantiene su presión política contra todos los agentes de la cadena de formación de precios en los alimentos frescos, como la mantiene con la distribución de carburantes. De hecho, es uno de los pilares de su política antiinflacionista allí donde los instrumentos reales se han terminado: presión para que la oferta ceda cuando los avances de los precios finales se acercan al escándalo o disparan el IPC.
Se trata de un tipo de prácticas de la Administración, muy extendidas en todos los países avanzados, que desgraciadamente tienen más un efecto cosmético que de efectividad real. El Servicio de Defensa de la Competencia reconoce que, salvo que encuentre indicios gruesos de pactos para mantener determinadas estrategias de precios, no puede actuar de oficio contra las tarifas finales de los productos.
La presentación de un informe preliminar de Competencia que sugiere, sin probar nada, ni concluir en nada, las prácticas abusivas de productores, manipuladores y colocadores de frutas y hortalizas tiene una escenificación electoral evidente. Y ningún efecto en el mercado. En cualquier caso, sirve para alertar al consumidor, y para llamar la atención sobre la práctica de engordar los márgenes hasta niveles sonrojantes.