La ley de los más fuertes
El 25 de noviembre será recordado en los anales de la Unión Europea como un día especialmente sombrío: en esa fecha Francia y Alemania -las dos naciones que pretenden constituirse como eje vertebrador de la UE- demostraron que las reglas no son iguales para todos y que, cuando se trata de defender sus intereses, aquéllas, aun cuando las hayan establecido ellos, pueden dejar de cumplirse. Como habrá adivinado el lector me estoy refiriendo al Pacto de Estabilidad , que impide que el déficit público de un país rebase el límite del 3% de su PIB. De nada valieron en esta ocasión los precedentes de Irlanda y Portugal, países pequeños a los cuales se les aplicó, en una u otra forma la regla; ahora, ante la negativa franco-alemana a aceptar que semestralmente deberían informar a la Comisión de la evolución de sus cuentas públicas y de las medidas adoptadas para asegura el cumplimiento de su compromiso de retornar al límite del 3% a finales de 2005, el Consejo de Ministros de Economía y Finanzas (Ecofin), bajo el celestineo de la presidencia italiana, acordó rechazar las propuestas de la Comisión y 'dejar en suspenso' el procedimiento , llamado de déficit excesivo, de tal forma que Francia y Alemania modularán a su antojo el ritmo de reducción de sus respectivos déficit durante el próximo bienio y, además, decidirán si recogen la 'invitación' a informar semestralmente sobre la evolución de sus cuentas públicas.
Ante lo sucedido ha habido quien, por ejemplo, ha calificado de 'dogmática' la defensa de lo pactado, y de 'fácil' e 'inexacto' el juicio sobre el doble rasero aplicado a grandes y pequeños.
Y para redondear el argumento se ha echado mano a las hemerotecas para afirmar que se debe a 'Alemania la pedagogía de la estabilidad monetaria', reiterando el falso argumento- por cierto, las razones de la falacia han sido claramente explicadas en las páginas de este diario del día 15 del pasado mes de octubre- según el cual España ha podido cuadrar sus cuentas gracias a la aportación de fondos provenientes de contribuyentes netos como Alemania.
No poco habría que discutir a propósito de la tan manida 'pedagogía', pero en todo caso resulta significativo que la institución en la cual cabe suponer se encarnaba esa virtud, el Bundesbank, haya enjuiciado duramente la posición del Gobierno de su país, afirmando que 'se ha dañado tanto la credibilidad del consenso europeo en torno a la estabilidad como la misma idea de Europa'.
No está claro qué sucederá ahora: alguno de los países que votaron en contra de la suspensión del pacto, caso de Holanda, se están pensando si denunciar ante el Tribunal de Justicia el incumplimiento y lo mismo cabría esperar de la Comisión, en cuanto garante de la legalidad europea. Ha sido un alivio conocer que, finalmente, España fue uno de los cuatro países que se opuso a romper las reglas del juego, pues hacer lo contrario hubiese sido un doble error, interno y externo. Interno porque hubiera dado alas a quienes, como no pocas comunidades autónomas y ayuntamientos, esperan cualquier pretexto para gastar; externamente, porque votar con Francia y Alemania hubiera resultado contradictorio no sólo con la política fiscal doméstica, sino con la visión de una Europa que no debe reposar exclusivamente en las conveniencias franco-alemanas.
Es significativo que los autores de un documento titulado France et Allemagne en Europe: le leadership se mérite (www.europartenaires.info-europe.fr) , afirmen sin disimulo alguno que 'si Alemania y Francia no son los propietarios de la Unión, la consecución de su proyecto les incumbe muy concretamente. En tanto que fundadores tienen responsabilidades específicas'.
El panorama no puede ser más obscuro y la primera reacción que debemos observar es la del BCE, presidido por Jean-Claude Trichet, que tampoco ha tenido pelos en la lengua para criticar la decisión adoptada en Bruselas. En buena lógica, la continuidad de una política fiscal expansiva que debería cerrar el paso a cualquier rebaja de tipos de interés, y no cabría descartar una ligera subida a comienzos de 2004. Cabe esperar que el señor Trichet esté a la altura de las circunstancias.