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Columna
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¡Es la guerra, estúpido!

Los aspirantes demócratas a la Casa Blanca empleaban la economía como principal arma electoral contra George Bush hace sólo dos meses. El autor asegura que el aumento diario de bajas en Irak, unido a la mejor situación económica, ha producido el cambio de estrategia

Hace sólo dos meses, los aspirantes demócratas a la Casa Blanca utilizaban la economía como su principal arma arrojadiza contra George W. Bush. El déficit galopante y la continua destrucción de puestos de trabajo hacían pensar en una reedición de las elecciones de 1992, cuando Bill Clinton derrotó al padre del actual presidente con una campaña resumida en el famoso lema de '¡Es la economía, estúpido!'. Sólo uno de los candidatos con posibilidad de hacerse con la nominación demócrata, el ex gobernador de Vermont Howard Dean, atacaba machaconamente a Bush con el tema de Irak, quizás porque era el único que, desde el anuncio de su candidatura el pasado enero, se había manifestado abiertamente contra la intervención militar, incluso antes de que ésta comenzara.

El anuncio de que la economía estadounidense había crecido a un ritmo del 7,2% en el tercer trimestre con la creación de más de 300.000 puestos de trabajo, de los que 126.000 corresponden al sector industrial, unido al aumento diario de las bajas norteamericanas en Irak ha obligado a los candidatos demócratas a dar un giro radical a su estrategia. El lema de Clinton de '¡Es la economía, estúpido' está a punto de ser sustituido por el de '¡Es la guerra, estúpido!'. Ya no sólo Dean, sino el resto de aspirantes con posibilidades de alzarse con la victoria en la convención demócrata del próximo verano -los senadores John Kerry y Joe Liberman, el congresista Richard Gephart y el ex jefe militar de la OTAN, general Wesley Clark-, se han olvidado de la economía y han convertido la caótica situación de la posguerra iraquí en el eje de sus respectivas campañas.

La mayoría de los ciudadanos desaprueba la política de la Administra-ción de EE UU en Irak, pero el 56% confía en Bush como presidente

Si la convención se celebrara hoy y en ella votaran sólo los activistas del partido, no hay duda de que el triunfo sería de Dean. Sólo el ex gobernador de Vermont personifica la creciente irritación de las bases demócratas contra Bush y una derecha religiosa que, según esas bases, ha secuestrado la presidencia. Para muchos, Dean es la reencarnación del senador George McGovern, que en 1972 disputó la presidencia a Richard Nixon con un programa ultraliberal que incluía la promesa de repatriar inmediatamente a los combatientes de Vietnam. El resultado para los demócratas fue catastrófico. McGovern perdió en 49 de los 50 Estados de la Unión.

Es precisamente ese recuerdo el mayor obstáculo al que se enfrenta Dean para lograr la nominación. Los barones del partido, el matrimonio Clinton, de una parte, y el senador Ted Kennedy, de otra, que representan, respectivamente, las alas centrista y liberal de la formación demócrata, temen que una candidatura encabezada por Dean suponga una nueva debacle en las elecciones del próximo noviembre. Los recientes resultados electorales de Misisipí y Kentucky, donde los candidatos republicanos a gobernador han desbancado a los demócratas, no han hecho sino aumentar sus temores. De ahí el apoyo cada vez más abierto de los Clinton a la candidatura del general Clark y de Kennedy a su paisano de Massachusetts John Kerry.

Al final, y cacicadas de los barones aparte, los demócratas elegirán candidato a quien crean que tiene más posibilidades de derrotar a Bush, sea cual sea su ideología. En estas presidenciales, y desde el lado demócrata, la electabilidad de la persona, es decir, su capacidad para desbancar al odiado Bush, primará sobre cualquier otra consideración ideológica.

Hasta ahora, Dean encabeza las encuestas porque su campaña se ha concentrado en los Estados mayoritariamente liberales de Nueva Inglaterra. Otro gallo cantará cuando abandone ese territorio para disputar las primarias en el sur y el oeste, donde sus credenciales liberales pueden convertirse en un arma de dos filos. Sin contar con el hecho de que, a pesar del continuo deterioro de la situación en Irak, es todavía pronto para proclamar el fin de la era Bush. Como demostraba la encuesta del Washington Post de esta semana, aunque por primera vez un 51% de ciudadanos desaprobaba la política de la Administración en Irak, todavía un 56% de estadounidenses confiaba en Bush como presidente. Un porcentaje nada despreciable después de tres años en la Casa Blanca con una recesión y una posguerra catastróficas. Ya Alexis de Tocqueville se asombraba en su clásico Democracy in America de que 'todo sobre los americanos resulta extraordinario'.

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