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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las vueltas del PP con los impuestos

Con su decisión de retirar el recargo del 50% al impuesto de bienes inmuebles (IBI) de las viviendas desocupadas de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón reconoce explícitamente el profundo malestar que había generado esta medida. No entre los ciudadanos de la capital, que seguirán teniendo que asumir las otras subidas de impuestos anunciadas por el alcalde, sino en el seno del PP, que ha convertido la bajada de impuestos en eje de su campaña electoral.

El recargo a las viviendas vacías era sólo una pata más de una política fiscal no exenta de fundamento: Madrid necesita más ingresos para financiar las inversiones previstas y abandonar la permanente precariedad en los servicios municipales que caracterizó la era 'más por menos' de Álvarez del Manzano. Además, era la pata más frágil, ya que este recargo resultaba harto complicado de implantar en la práctica.

Si de algo ha servido este episodio es para poner en evidencia que en el PP hay sectores que no están dispuestos a tolerar que Ruiz-Gallardón siga actuando como un 'verso suelto' dentro del partido. Como Josep Piqué no parece dispuesto a que Mayor Oreja haga dictámenes sobre el independentismo catalán ni Mayor Oreja a ceñirse a su cometido como presidente del Grupo Popular en el Parlamento vasco.

El modelo de partido-piña implantado con notable éxito por José María Aznar empieza a hacer aguas antes, incluso, de que el presidente haya terminado su última legislatura. El vicepresidente Javier Arenas ha intentado calmar los ánimos diciendo que 'cada PP' (estatal, autonómico o local) perfila su propio programa, con lo cual reconoce que no existe una única línea programática en el seno del partido. Y el propio Aznar se ha sentido obligado a elogiar la 'cohesión política' del PP bajo el 'liderazgo' de Mariano Rajoy. Dos conceptos que antes no necesitaba enunciar porque eran absolutamente palpables en el partido. Todo muy bien, pero Ruiz-Gallardón ha tenido que sacrificar en la refriega una propuesta que, dentro de su planteamiento general, tenía cierto sentido.

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