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Columna
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Los electores quisieron

El Partido Popular no podía ser una excepción indefinida. Se veía venir, era de prever que tras un periodo de estricta disciplina el cambio de liderazgo trajera enfoques plurales, siempre dispuestos a surgir incluso en la China de Mao Tse Tung, que tras una época de dogmatismo sorprendió a todos proclamando aquello de 'que nazcan cien flores'. Vuelve a comprobarse que incluso en el relevo mejor ajustado acaban quedando cabos sueltos, flecos incontrolados, sobre todo cuando las piezas tienen cara y ojos. La naturaleza humana se ha resistido a los intentos de modificación en busca del hombre nuevo, promovidos desde ámbitos religiosos o marxistas y continúa obedeciendo leyes que es imposible dejar en suspenso salvo de manera breve y excepcional, como sucede con la gravitación.

Cantábamos de pequeños aquello de que cuando se acuesta Loreto (Aznar), se levanta Catalina (Rajoy). Pero el orden de los astros, el de la sucesión de los días y las noches, el de la luz y la oscuridad, ha sido imposible trasladarlo con esa misma perfección a mecanismos artificiales como el de los partidos políticos o el de los sistemas fiscales.

Algo de eso se intuía en estas mismas páginas de Cinco Días, donde se anticiparon algunos aspectos de la cuestión el viernes pasado 31 de octubre bajo el título de Deslealtad fiscal. Pero si entonces la bronca era entre el presidente del Principado de Asturias, Vicente Álvarez Areces, de coloración socialista, y el Gobierno pepero de Aznar, es decir, conforme a la contienda política habitual, ahora acaba de estallar la disensión en el interior de la ciudadela del PP con Gallardón, Rato y Rajoy de protagonistas.

Era de prever que, tras un periodo de estricta disciplina, el cambio de liderazgo trajera enfoques plurales en el PP

Todo ha sucedido con la aceleración de estas fechas, en plena cuenta atrás para la aprobación de la Ley de Presupuestos Generales del Estado. La sesión del Pleno de la Cámara en la que figuraba el debate de totalidad fue utilizada por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, para erigirse en maestro de la disciplina, zaherir a Zapatero y presentar las cuentas públicas españolas como uno de los grandes ejemplos que de nuevo estamos dando al mundo. Como en el poema de Espronceda, 'Asia, a un lado; al otro, Europa/ y allá, a su frente, el déficit cero', para asombro de todos. Otra cosa es la contabilidad creativa que permite aparcar un billón de deuda en la RTVE y cuantos déficit presupuestarios sean precisos a los Sánchez y Urdacis encargados del manejo de la percusión dentro de la orquesta mediática incondicional del Gobierno.

Mientras, en medio del desconcierto universal, con el público distraído merced a bien probados trucos hipnóticos, el ministro Montoro maneja a la perfección la aguja de marear y mantiene el rumbo acordado. Repite como un lema que la reducción de impuestos conduce a una mayor recaudación fiscal, con la voz insolente de las tómbolas de antaño sigue prometiendo rebajas del IRPF, sabe que van a seguir siendo recibidas con gran alborozo por el conjunto de la población, a la que trasladan nuevas cargas fiscales más onerosas mediante el procedimiento sin sobresaltos del gota a gota de los impuestos al consumo, del IVA y de toda suerte de tasas cuya exacción nada entienden de razas ni colores ni de niveles de renta para ser aplicada.

Entonces, precisamente entonces, cuando el ministro Montoro andaba en el trapecio con sus travesuras dialéctico-fiscales, por necesidades del guión el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, se veía obligado a dar cuenta de un leve incremento, casi imperceptible, del 26% sobre los impuestos y tasas municipales de la Villa. Semejante temeridad en tan inoportuno momento llevaba al vicepresidente primero y ministro de Economía, Rodrigo Rato, a formular abiertas críticas. Las mismas de don José Ortega cuando dijo de la II República aquello de 'no es esto, no es esto'.

A partir de ahí vino la reyerta. Gallardón ofrecía su retirada para el caso de que fuera el secretario del PP y candidato designado, es decir Mariano Rajoy, quien mostrara disconformidad y entonces se vio al mencionado haciendo ejercicios en el trapecio o en la barandilla aclarando la compatibilidad de prometer la bajada de impuestos y acordar su incremento. El alcalde acusado ha dicho que los electores lo han querido, que son maduros para saber que nadie da duros a cuatro pesetas. Vale.

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