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Columna
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Redistribución fiscal

La necesidad de recuperar la 'dignidad' de los impuestos fue la principal conclusión a la que llegó el partido socialista francés en la pasada edición de su escuela de verano. No seguir prisioneros del discurso de la derecha que explícitamente afirma la imposibilidad de que ningún partido gane las elecciones si no asume en su programa la reducción impositiva, o al menos su congelación, es lo que han reivindicado los socialistas franceses. Hace tiempo que un partido mayoritario de la izquierda no decía que los impuestos directos no son una carga insoportable que es necesario aligerar, sino el justo precio de una sociedad responsable y deseosa de conservar un elevado nivel de cohesión social.

La subida de algunos impuestos indirectos anunciada por Ruiz-Gallardón no forma parte de la misma aspiración. Aunque las medidas adoptadas por el alcalde de Madrid chocan con el discurso de su partido, están en sintonía con la práctica del PP que, en los últimos años y según acreditados organismos internacionales, ha incrementado la presión fiscal.

En la práctica, los defensores de las rebajas fiscales no pueden seguir del todo la lógica que predican. Y aplican el aforismo de un ministro francés de la IV República: 'Exigir menos al impuesto y más al contribuyente'. Menos impuestos directos y más indirectos, antes llamados 'indoloros'. Blair, Raffarin y la mayoría de los Gobiernos (entre 1975 y 2000 la presión fiscal en los países de la OCDE ha pasado del 31% al 37%) hacen lo mismo que Gallardón y el PP.

Al tiempo que rebajan los impuestos directos, sobre todo los de los más ricos -con el argumento de que así consumirán más y crecerá, de esta forma, la economía-, aumentan la presión sobre el conjunto de los ciudadanos. Bajo la etiqueta de la reducción de impuestos practican una redistribución regresiva.

La posición de la izquierda ha sido, históricamente, diferente. Ha mantenido que la reducción de impuestos y cotizaciones sociales se traduce invariablemente en deterioro de los servicios públicos y de la solidaridad social: rebajas en protección por desempleo, en pensiones, en calidad de la sanidad, del transporte, de la educación o del suministro eléctrico. Y que mejor que reducir impuestos a los de mayores rentas -lo que, en general, más que incrementar la demanda incrementa sus ahorros- sería dedicar esas cantidades a aumentar los salarios y las dotaciones sociales para los más desfavorecidos; lo que dinamizaría más el consumo, la inversión, la actividad económica y el empleo. Hoy, sin embargo, el discurso de la izquierda mayoritaria apenas si se diferencia, en este tema, del de la derecha. Algunos de sus expertos económicos parecen querer incluso ganar en ortodoxia fiscal a los conservadores (no sólo no subir los impuestos y perseguir el déficit cero, sino aplicar un tipo impositivo único y topar el gasto público).

La famosa revolución fiscal conservadora se reduce, al final, a cuatro cosas: trasladar a los entes locales la desagradable tarea de aumentar la presión fiscal, ventajas fiscales para empresas y rentas altas, redistribución fiscal en contra de la mayoría y acumulación de un gran déficit social (en protección social, infraestructuras y medio ambiente) para el futuro.

Miembro del Consejo Económico y Social Europeo

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