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Crónica desde Manhattan

Cuba divide a EE UU

El presidente George Bush anunció el pasado día 10 que iba a imponer una mayor dureza en el embargo, de 40 años, contra Cuba. Es posible que no pueda.

Rodeado de su equipo de la Secretaría de Estado y miembros hispanocubanos de su gabinete, como Mel Martínez (secretario de la Vivienda e interlocutor regular de José María Aznar en sus viajes a EE UU), Bush anunció un endurecimiento de la prohibición a los estadounidenses de viajar al país presidido por Fidel Castro y el aumento de las inspecciones de los cargamentos comerciales permitidos (medicinas y alimentos). El Departamento de Seguridad Nacional va a investigar los recursos de los viajeros que eluden la prohibición, varios miles según las agencias de viajes, y que llegan a la isla desde Canadá, Jamaica o México.

Pero el jueves pasado se evidenció que todo el discurso anticastrista de Bush había caído en saco roto en Washington. Con el apoyo de 19 republicanos, el Senado que debate enmiendas al presupuesto de 90.000 millones para el Departamento del Tesoro y Transporte ha retirado los fondos necesarios para que sea efectiva esta prohibición. No se legalizan los viajes a la isla, pero se percibe como un primer paso y, sobre todo, como un monumental problema entre Casa Blanca y Congreso.

La Cámara de Representantes ya votó una propuesta similar y todo apunta que en la conciliación de las enmiendas que se tienen que hacer entre la legislación de las dos Cámaras esta disposición sobre Cuba no se caiga, como ya ha ocurrido en otras ocasiones.

Bush ha amenazado con el veto y puede hacerlo porque aunque por primera vez muchos republicanos han votado a favor de relajar el embargo, no hay una mayoría suficiente (dos tercios de las Cámaras) para evitar la negativa presidencial. 'El turismo ilegal perpetúa la miseria de los cubanos', argumenta Bush.

Dicen los republicanos que han cambiado de opinión y los demócratas que han votado contra esta pica del antiembargo que los 40 años de embargo impuestos por JFK no han servido para nada. Que Castro sigue fuerte y que con él se justifican sus críticas contra EE UU por el empobrecimiento del país, que su discurso marxista se refuerza y que los ciudadanos sufren la peor parte del aislamiento. En Capitol Hill aseguran que la aproximación actual al problema cubano no es constructiva.

Los analistas creen que en realidad hay mucho más pragmatismo y que cada una de las dos posiciones se sustentan en las necesidades de distintos votantes republicanos. De un lado están los representantes en el Congreso de los Estados en los que domina el sector de la agricultura y que ven cómo se pierden oportunidades para comerciar con un mercado cercano y necesitado que refuerza sus lazos con otros países europeos y Canadá.

Pero el libre comercio por el que normalmente abogan los republicanos se encuentra con la piedra en el camino que suponen los cubanos en el exilio en Florida.

Este Estado dio la victoria por un puñado de votos a Bush en las presidenciales y ahora menos que nunca desde la Casa Blanca quiere desatenderse a estos preciosos votantes que valoran el embargo sobre todas las cosas. Bush puede declarar el aprecio por su voto con el que sería el primer veto de esta Administración que además recaería sobre una legislación gestada por un Congreso de mayoría republicana. Todo un gesto.

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