El equilibrio y la pregunta del millón
Coincide la parroquia bursátil en que las réplicas al terremoto monetario de la semana pasada que se suceden en la actual transmiten desazón y generan incertidumbre. O lo que es lo mismo, que abonan el terreno bajista que se labró el famoso día del vencimiento de los futuros de septiembre.
Están convencidos los expertos, siempre en el mismo escenario, que cuando las monedas se asienten los mercados de renta variable serán los más beneficiados. Primero, porque es el dólar el que lidera el movimiento a la búsqueda de cotas más bajas con las que mejorar su excedente comercial en las dos direcciones, en la de frenar las importaciones y mejorar las exportaciones. Segundo, porque una moneda más barata supone una Bolsa, la estadounidense, más barata para el inversor foráneo. Y tercero, porque desaparece del entorno una de las espadas que pendían sobre la evolución de los mercados financieros.
Puede argumentarse que la debilidad del dólar perjudica sobremanera la zona euro, debido a su desfallecimiento económico. También, que el mejor tono de las economías asiáticas pueden dirigir la esperada recuperación económica global.
En términos puramente bursátiles se ha demostrado históricamente que un dólar bajo no sólo alivia la presión sobre Wall Street, sino que mejora su fuerza relativa. El efecto contagio sobre el resto de los mercados del mundo es más positivo, desde siempre, que el propio curso económico. La cuestión, una vez más, está en el tiempo, y con él, la pregunta del millón de dólares: ¿dónde está el punto de equilibrio? ¿Dónde se detendrá el dólar en un movimiento que, según los mejores analistas, está orquestado por la propia Administración Bush?
El consenso es que mientras llega ese momento los mercados seguirán temblorosos, con el miedo en el cuerpo y sin fuerza para enfrentarse a mejoras categóricas de la tendencia.