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Columna
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Rehabilitar a Romero de Tejada

Se clarean las filas populares. Preguntan los del PSOE por un dirigente regional del PP madrileño y Luis de Grandes, el hasta ahora portavoz del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados, se refugia en la excusa de que el impugnado Romero de Tejada no es candidato a las elecciones del 26 de octubre en la Comunidad de Madrid. Cunde el amedrentamiento, se instala la cobardía cívica. Nadie quiere hacerse cargo ni dar la cara por un Romero de Tejada, cuando todavía sigue siendo secretario general del PP de Madrid.

Cierto que en el inicio de la tormenta Rodrigo Rato sacó la cara por uno de los suyos, considerado relevante dentro del norniellismo. Pero la estrella de Rodrigo ya no es el lucero de la mañana y los más malévolos de la cuadrilla de Rato han decidido que el caso Romero de Tejada puede ejemplificar la clase de bochornos que la designación de Mariano nos ha evitado.

El caso es que los que hasta ayer mostraban subordinación a Romero de Tejada como su secretario general ahora le evitan aplicándose aquello de que por la caridad viene la peste. De boca para afuera nadie habla del relevo en la secretaría regional pero el clamor interno ya es imparable. A todos los efectos es como si se le hubiera recluido en el cuarto oscuro y estuviera castigado, sin acceso a la tribuna de los mítines ni posibilidad de salir a saludar a las visitas.

Ahora que tantos están saliendo del armario, se diría que a nuestro secretario general lo hubieran metido dentro de uno de esos antiguos armarios de luna. Nadie se acuerda ya de tantas y tan valiosas contribuciones como las aportadas por Romero de Tejada al PP de Madrid. Porque mientras otros lucían el palmito, como Alberto Ruiz-Gallardón de presidente de la comunidad o el inolvidable José María Álvarez del Manzano de alcalde, ¿quién mantenía el fuego del hogar del PP, quién desempeñaba esas oscuras y desagradecidas tareas domésticas sin las cuales la vida de familia es imposible?

Ya se sabe que en política bullen mucho esos napoleoncitos que avanzan y avanzan convencidos de que sin más la intendencia suivra. Son como esos grandes señores partidarios de que se gaste lo que se deba, aunque se deba lo que se gaste.

Pero, por regla general, después de llover escampa y después de los fastos hay que hacer frente a las facturas y sólo con cigarras cantarinas sería imposible subsistir. Debe buscarse con Lafontaine el equilibrio ecológico entre antagonistas. Desde esa perspectiva la hormiga, cuya organización social ya fue ponderada como un ejemplo para todos nosotros en un volumen de la asignatura de Formación del Espíritu Nacional de Jaime Campmany, resulta clave para la subsistencia de instituciones tan onerosas como los partidos políticos.

Es muy cómodo disponer de despacho, secretarias, tarjetas de crédito y demás gabelas, pero quienes las disfrutan propenden a desentenderse de preguntas básicas acerca de cómo se pagan las cuentas. Piensan en la gratuidad providencial del maná bíblico y se abisman imaginando pajaritos preñados que no existen.

De ahí la relevancia de hombres-hormiga como Romero de Tejada, como Naseiro, como Palop, como los del caso Zamora, como los gregarios de aquel alcalde constructor de Burgos y como tantos y tantos que van cayendo en el olvido de la ingratitud, como si fueran inmobiliarios carentes de escrúpulos cuando a la vista está que sin ellos sería imposible atender los compromisos económicos generados por las estrellas que lucen los colores del propio partido en el fascinante espectáculo político que contemplamos.

Así que por vergüenza torera y por sentido pedagógico se impone que el PP rehabilite con rapidez, rotundidad y plenitud a Romero de Tejada, porque de lo contrario crecerá en las filas populares la sensación de insolidaridad hacia el que entra en zona de dificultades y, a partir de ahí, vendrían las deserciones de unos equipos adiestrados sobre el terreno que han desarrollado un valiosísimo know how en asuntos de recalificaciones urbanísticas, siempre laboriosas y comprometidas.

Si no se procede a tiempo se perderían oportunidades históricas tanto en la Operación Chamartín, en la que el PP está empeñado, como en la que acaba de lanzar el ministro de Defensa bajo el nombre de Operación Campamento para vender en subastas al mejor postor los terrenos que le cedieron gratis los ayuntamientos o que expropió el Estado para usos militares.

Tendría gracia que ahora, invadidos de timidez y temiendo quedar estigmatizados como Romero de Tejada, esos afines al PP se dejaran comer la tostada y por su abstencionismo las pingües operaciones urbanísticas anunciadas acabaran alegrando las arcas de la competencia.

Por eso, cuanto antes debe llegar de Génova la consigna: 'Urbanizadores e inmobiliarios del PP uníos, que la tierra es para quien la recalifica, abandonad los complejos de antaño, que den cuentas ellos, los socialistas, que para eso están en la oposición'.

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