Oslo, el alto precio de la mejor calidad de vida
En el estudio elaborado por el banco de negocios UBS y dado a conocer el mes pasado, Oslo desbanca a Tokio como la ciudad donde más hay que tentarse los bolsillos. No está claro si publicarlo a los cuatro vientos resulta bueno o malo para la capital noruega; porque lo prohibido y lo prohibitivo ejercen una morbosa fascinación en cualquier aficionado a los viajes. Naturalmente, alguna contrapartida tendrá tan inquietante título. Las tiene y muchas: Oslo, con ser una ciudad de bolsillo (medio millón de habitantes, el centro se recorre a pie en un cuarto de hora) lo tiene todo o casi. Hay playas dentro de la ciudad, se puede pescar, hacer vela, esquí náutico; en invierno se puede ir en metro a esquiar o a lanzarse por el trampolín de salto de esquí más antiguo (primera versión en 1892) y más largo del mundo (132 metros, versión de 1952), en la colina de Holmenkollen.
Ya la llegada al aeropuerto supone un shock de carácter estético: es difícil medir estas cosas, pero seguramente el de Oslo es el aeropuerto más bello del mundo. Los interiores forrados de madera ofrecen una textura artesanal y una aristocracia de líneas que sobrecoge. En tren, bastan 20 minutos para ponerse en el centro de la ciudad. Si se hace el recorrido en coche, se atravesarán bosques y cielos limpios durante tres cuartos de hora. Da lo mismo que los bosques y montañas sean del Estado, municipales o privados: una ley noruega permite que la gente los pueda usar para transitar por ellos.
Los bosques no sólo arropan la ciudad, sino que forman parte de su tejido, y no siempre bajo figura de parque. El de Vigeland es más que un parque: es uno de los mentideros urbanos (si el tiempo es benigno) donde la gente acude a patinar, montar en bici, pasear al perro, hacer footing o tocar el violín. Y es un auténtico museo: dos centenares de cuerpos desnudos esculpidos por el escultor más célebre del país (Gustaf Vigeland, 1869-1943) escoltan parterres y avenidas, y culminan en una especie de montaña artificial coronada por un monolito tallado de 14 metros. El Palacio Real también está rodeado por otro parque más modesto y bucólico.
Los muelles son la sonrisa de la ciudad. En una de sus orillas, el Akerhus, una fortaleza de cuento; en la otra, el Aker Brygge, la zona de ocio
Precisamente desde el Palacio Real se inicia la avenida que articula el muy discreto centro histórico. Es la avenida Karl Johans Gate, en cuyo inicio se impone la mole ventruda y parisina del Teatro Nacional y en cuyo final se encuentra el Parlamento. A un lado y otro de este eje están los hoteles y restaurantes, entre ellos el Theatercaféen y el Grand Café: un local muy parisino éste, con música en vivo, perteneciente al Grand Hotel, que desde 1874 ha acogido a las celebridades de paso. También están los lugares de ocio, cuando las noches cálidas del verano permiten un algo de noctambulismo callejero. Saliendo hacia los muelles, está el ayuntamiento, un edificio modernista de ladrillo que parece diseñado por uno de esos creadores noruegos atrapados en el puro nirvana. O por un sindicalista estricto.
Los muelles son la sonrisa de Oslo, sobre todo si el sol sonríe. El fiordo de Oslo acaba allí, después de irse estrechando durante unos 120 kilómetros, desde mar abierto. Una de las orillas del bellísimo embudo está presidida por el Akerhus, una fortaleza de cuento. En la otra orilla, el Aker Brygge es el muelle preferido como zona de ocio. Allí proliferan los bares, las terrazas y restaurantes, y la gente (jóvenes o maduros) aprovechan hasta el último escalón de los embarcaderos para apurar su vaso, hacer arrumacos o tomar el sol. De allí salen continuamente barcos que son como autobuses de agua, para ir a alguna de las 40 islas que el fiordo ofrece a los autóctonos para bañarse (en orillas bastante ascéticas, nada de arenas meridionales) y pasar honradamente el día. El aire puro y el sol son, de momento, gratis.
Localización
Cómo ir. La compañía SAS (902 117 192, www.scandinavia.net) tiene vuelos directos desde Madrid a Oslo los miércoles, viernes y sábados, a partir de 334 euros (septiembre).Alojamiento. Grand Hotel (00 47 23 212000, www.grand.no, Karl Johans Gate, 31) es el hotel con más solera, en él se alojaron el pintor Edvard Munch o los escritores Henrik Ibsen o Knut Hamsun, unos 180 euros la doble. Radisson SAS Plaza Hotel (00 47 22 058000, www.radissonsas.com, Sonja Henies Plass, 3), unos 180 euros la doble. Anker Hotel (00 47 22 997500, Storgata, 55), sencillo y confortable, 120 euros la doble.Comer. Oslo Spiseforretning (Oslogate, 15, cerca del Palacio Real), un clásico donde se oficia cocina noruega. Oro (Tordenskiolds Gate, 6ª), cocina creativa que ha merecido verse incluida en la guía Michelín, diseño vanguardista y precios a tono (astronómicos en cuestión de vinos). Alex Sushi (Cort Adelers Gate, 2), un local de moda para los aficionados al sushi, que aquí es de ballena, siguiendo la tradición nacional. Arakataka (Mariboes Gate, 7), más informal y popular, buena relación calidad-precio.