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Columna
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A la vuelta del verano, menos de lo mismo

José Manuel Morán subraya que durante la vuelta a lo cotidiano tras el veraneo se producen ansiedades y desalientos. Para paliarlos, el autor aconseja preservar algo de la ilusión de los días vividos y pausas para dedicarse a uno mismo

Cuando hace unas semanas cualquiera trataba de zanjar los asuntos más perentorios, el sofoco de tales afanes se veía mitigado por la ilusión de perder de vista por unas fechas los agobios cotidianos. A sabiendas, no obstante, que a la vuelta los temas a encarar seguirían más o menos con el mismo cariz. Pues aquello de dejar en unas carpetas lo que el tiempo arreglará y dedicarse luego a traspasar a otras los papeles que el tiempo arregló sólo sirve para ciclos largos. No para la cortedad de unos escasos días en que el único objetivo ha sido olvidar las prisas, las rutinas y las asechanzas de colegas y superiores.

En estos días muchos habrán conseguido no pensar en el pasado ni en lo que se quedó a medio hacer y que volverá a requerir dedicaciones a la vuelta. Otros, además, hasta habrán podido no lamentarse ni una sola vez por lo que no hicieron en los meses de laboreo incesante o recelar anticipadamente de las amenazas que siempre cabe atisbar en los tiempos que llegan. Y hasta puede que se hayan sentido en la piel del buen salvaje, sin jefes y con todo por descubrir.

De forma que esos afortunados que hayan sido capaces de despreocuparse sin mirar ni atrás ni adelante han tenido a su alcance la capacidad de disfrutar. Demostrándose a sí mismos, por unas fechas al menos, que la sumisión profesional obligada no les ha restado habilidades para dirigir con felicidad sus asuntos más personales. Y que, cuando tales ilusiones se logran, lo cual es fácil si uno no es un cenizo, cuando ahora vuelvan a la selva cotidiana no hará falta que alardeen de haber vivido unos días de relajo inolvidables. Sus rostros de campeones les delatarán, aunque es probable que tal luminosidad pronto se vea ensombrecida por el hecho de que otra vez las encomiendas de rigor les devolverán a la cruda realidad.

Nadie parece preocuparse al ver que lo único que tiene que contar 'The Economist' de la realidad española es el embrollo marbellí con Gil y la Pantoja

Y es que aunque en estas fechas de despreocupación a nadie se le ocultaba que todo seguiría siendo igual a la vuelta es probable que más de uno, alejado del fragor de los asuntos, se haya percatado que no era tan ineludible tener que sofocarse con las nimiedades del día a día. Ni era tan imprescindible gastar todas las posibilidades vitales en el quehacer laboral, pues una vez lejos de los lugares de trabajo es fácil constatar que los problemas no eran tan importantes ni tan urgentes como aparentaban de cerca.

Lo malo es que para confirmar que lo de las fechas que se acaban de pasar no ha sido más que un espejismo temporal desde el que recobrar el resuello, no es necesario siquiera volver al trabajo. Basta con volver a oír los noticiarios y leer con algo más de detenimiento los periódicos para ver que nuestros políticos siguen en sus trece de agredirse y desprestigiarse ante la ciudadanía con sus insultos y embustes. O reparar en que hay asuntos colectivos que requerirían contar con gestores públicos que entendiesen su gravedad y se aprestasen a buscar soluciones viables desde la complejidad.

Pues lo de la ola de calor, los apagones, las dificultades para atajar los incendios, el incremento de fallecimientos, la inoperancia de la justicia o la falta de atención adecuada de los ancianos son síntomas de una realidad que necesitaría ser auscultada y tratada con otras maneras que las que se lucen en las portadas de los diarios. Y desde las cuales nadie parece ruborizarse ni inquietarse al ver cómo actúan de asesores fiscales de empresas que no presentan cuentas gentes que a la vez lideran las organizaciones políticas que tienen en sus manos la gestión de los asuntos públicos. Ni parecen preocuparse al ver que The Economist lo único que tiene que contar de la realidad española es el embrollo marbellí en el que se enredan las vidas de Jesús Gil e Isabel Pantoja.

Así, la vuelta a lo cotidiano es comprensible que produzca ansiedades y desalientos, por lo que no es extraño que para paliarlos se aconseje preservar algo de la ilusión de los días vividos y pausas para dedicarse a uno mismo fuera de los entornos laborales.

Pero nada se dice de cómo convencer a unas elites dirigentes para que no desanimen más a sus conciudadanos, ni nadie les recomiende que se afanen en cómo afrontar los problemas más acuciantes de una sociedad y una economía que, por ventura, van muy por delante de sus disputas y desavenencias. Que están más de una vez al mismo nivel que los rifirrafes entre Sara Montiel, Carmen Sevilla o de la familia Pajares.

Pues bueno sería que en lo venidero se tuviera menos de lo anterior y más de una realidad social dinámica, que se ha ido haciendo con la eficiencia y la dedicación de todos los que ahora tenemos que volver resignadamente a someternos a la maldición bíblica. Aunque los aires acondicionados aligeren nuestro sofoco, pero no la falta de ganas por volver a lo de antes.

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