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Columna
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Crecimiento menor, gasto peor y más inflación

Alejandro Inurrieta califica de insano el crecimiento de la economía española. En opinión del autor, el principal problema es que nadie quiere pensar en el medio y largo plazo y todo se somete a los resultados a corto plazo

El elevado, pero insano, crecimiento de la economía española sigue escondiendo el debate de nuestros verdaderos problemas. Es cierto que seguimos creciendo más que la media de la UEM, pero no es menos cierto que sólo se explica bajo unas condiciones tan excepcionales, que es muy difícil que se puedan repetir.

Algo de esto debe haber interpretado el Gobierno que, horas antes de irse de vacaciones, revisó completamente el cuadro macroeconómico dando la razón a los que pensábamos que no era realista, incluso en el momento de su concepción.

El ajuste del cuadro macroeconómico, con una previsión del 2,3% de crecimiento para 2003, se asienta en algo menos de optimismo en inversión de equipo y construcción y un incremento de la aportación negativa del sector exterior, mientras que se mantiene la fortaleza del consumo. Con todo ello, las expectativas de inflación, medidas por el deflactor del PIB, se elevan considerablemente al pasar del 2,8% al 4,3%, lo que en parte concuerda con nuestras expectativas de ligera aceleración de la inflación hasta finales de año.

Resulta cada vez más triste observar la poca conciencia económica y social que se da en las actuaciones públicas relacionadas con la inversión

Lo que no cambia es la previsión para 2004, algo que, de nuevo, choca con la lógica teniendo en cuenta que las principales instituciones revisaron recientemente el crecimiento de la UEM, principal fuente de nuestros intercambios comerciales. Si a esto añadimos que el punto de partida es casi un punto porcentual inferior, tenemos que pensar que la aceleración de ciertas partidas tiene que ser espectacular, por lo que habrá que esperar, previsiblemente hasta el verano que viene, para conocer una previsión más realista del crecimiento para España. Por si acaso, el FMI, la OCDE, o la CE no dan un crecimiento muy superior al 2,5% en 2004. Mi impresión es que el PIB podría incrementarse alrededor del 2,3%.

Las razones para pensar en una moderación de la actividad a medio plazo son varias. Primero, en los niveles de los tipos de interés que, aunque no van a subir en exceso, no se van a mantener tan bajos. Esto, con cierto retraso, acabará trasladándose al consumo y a la construcción, cuya ralentización no podrá ser compensada ni por la inversión, ni por el sector exterior.

En segundo lugar, los efectos de las últimas reformas fiscales se habrán evaporado, la inflación se mantendrá alta, por lo que la renta disponible, en conjunto, no crecerá al mismo ritmo, en un entorno de estancamiento en la creación de empleo.

Además, en este contexto, los planes de gasto público no se alteran, manteniéndose el objetivo de déficit cero para 2003 y 2004, a pesar de las enormes desviaciones de gasto; se podría hablar de despilfarro en algunas de las principales obras, como el AVE, aunque ello no compute dentro del déficit oficial. En este apartado, resulta cada vez más triste observar la poca conciencia económica y social sobre las actuaciones públicas, es decir, valorar la utilidad social de las inversiones públicas, pero sobre todo no ser conscientes de las cada vez más numerosas desviaciones de gasto, sin que medie ninguna responsabilidad.

Ejemplos hay varios, pero siempre me viene a la memoria la utilidad de tener un aeropuerto en cada provincia, lo que demuestra, en parte, el fracaso de una política integral de transporte, con verdaderos criterios de eficiencia, equidad y utilidad social en el gasto.

Esta tónica, que no es nueva, se podría ilustrar también con el cúmulo de universidades que se hicieron sin una simple proyección demográfica, observando cómo las aulas están cada vez más vacías, pero con los mismos costes fijos, por lo que la rentabilidad económica y social es cada vez menor.

En conjunto, algunas decisiones de gasto siguen siendo arbitrarias, se gasta a veces en exceso, pero mal, y después no se cubren las verdaderas necesidades de la economía, es decir, aquellas que elevan el crecimiento potencial. Investigación, formación, transporte más eficiente, ahorro de energía, sanidad y cultura, son en términos relativos los grandes sacrificados.

Con este panorama, la inflación española es difícil que se modere a corto plazo, como se demostró en julio. Ni siquiera las rebajas, que este año han sido algo inferiores al año pasado, han podido contener la inflación, como ha ocurrido en otros países, como Francia o Alemania. El IPC de julio, un 2,9% en ambas rúbricas (armonizada y subyacente, con un 2,8% en la tasa general), pone de manifiesto que estamos a merced de la coyuntura internacional, y de la climatología, como se ha demostrado con el precio del pollo. No puede ser un orgullo crecer mucho, pero con inflación muy alta. Ejemplos hay de lo contrario, como en EE UU, o en menor medida Francia. Sepamos, y sobre todo digámoslo a la ciudadanía, que vamos a tener que convivir con un diferencial de inflación elevado, lo que a medio y largo plazo nos perjudicará.

El principal problema es que nadie en este país quiere pensar en el medio y largo plazo. El concepto de planificación no existe, y todo se solapa por los resultados del corto plazo. Si no, ya nos habrían instruido del punto final de muchas de nuestras alegrías, el año 2006, cuando se acabe buena parte de los fondos provenientes de la UE, cuando la entrada de los nuevos socios transfiera crecimiento hacia ellos, o cuando haya que pagar las obras realizadas por fuera del balance. En fin, hasta ese día disfrutemos de lo que queda del verano.

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