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Columna
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Lula y la izquierda europea

El primer viaje de Lula como jefe del Estado brasileño a Portugal y a España ha coincidido con la conferencia de los autodenominados progresistas, convocada por Tony Blair en Bagshot, al sur de Londres, para relanzar la segunda fase de su nuevo laborismo. El presidente de Brasil no participó directamente en los debates sino que aportó sus reflexiones a través de un artículo publicado en The Guardian, reafirmándose en sus aspiraciones de justicia social, a las que supedita el realismo político, mientras los contertulios de la Tercera Vía justificaban lo contrario, la difuminación de los valores de la izquierda en aras de un mayor pragmatismo.

Sí acudió a la reunión paralela de jefes de Estado y de Gobierno para reiterar en ella sus críticas a la incongruencia de los países ricos entre su discurso a cerca del libre comercio y sus prácticas proteccionistas. Antes que cooperación al desarrollo, utilizada la más de las veces como camuflaje de intercambios profundamente desiguales entre países ricos y pobres, pidió un comercio justo y sin trabas para el acceso de los productos de los países en vías de desarrollo a los mercados internacionales.

Tampoco olvidó referirse al actual modelo de globalización en el que los flujos de capitales son 50 veces superiores a los intercambios de bienes y servicios, pudiendo 'desestabilizar a un país en cuestión de horas'. Y acabó defendiendo el proyecto de su Partido de los Trabajadores de Brasil, que le llevó a ganar las elecciones presidenciales: combinar el crecimiento económico con la redistribución social de la riqueza, al tiempo que se profundiza en la democracia política haciéndola más participativa.

Las reflexiones de Lula fueron algo más que simples matices respecto a las recetas aplicadas desde los años noventa del pasado siglo, que propugnando engordar el pastel antes de pensar en cómo repartirlo, se quedan en el crecimiento sin llegar nunca a la redistribución.

Mientras en Europa se pretende crecer desequilibrando la carga fiscal a favor de los más ricos y se recorta el gasto social para compensar la merma recaudatoria, las reformas diseñadas por el actual Gobierno brasileño persiguen que paguen sus impuestos los que más tienen, para acompañar la universalización de la Seguridad Social con mayor equidad, aún arrostrando el desafío de los sectores profesionales más privilegiados.

Son vías diferentes. La de Lula, que no necesita ponerle adjetivos a su manera de entender la izquierda para ganarse el respeto de propios y adversarios y la de Blair, que evita definirse como tal izquierda y desdibuja sus confines internacionales en reuniones al margen de la Internacional Socialista y del Partido de los Socialistas Europeos, para lavar su imagen después de haberse aliado con la ultraconservadora administración Bush en la invasión de Irak y de exhibir sus grandes coincidencias con los gobiernos italiano y español.

La Tercera Vía se parece cada vez más a su precursora, la Tercera Ola, aventurada en 1979 por el ex marxista Alvin Toffler en la que abogaba por la superación de la fractura entre pobres y ricos estimulando la tensión entre antiguos y modernos, dependiendo de los esfuerzos individuales para ubicarse en el mercado en función del dominio de las nuevas tecnologías y por el pleno empleo a través de la flexibilidad sin que el Estado interviniera para nada en la regulación del conflicto de intereses entre desiguales.

El empeño de Lula, sin tanta pretenciosidad teórica, ha venido a recordarnos que las desigualdades siguen existiendo en la era de Internet y que el poder político puede y debe usarse en su superación paulatina, con reformas que remuevan las causas de las injusticias y con ideas basadas en los valores que siempre han distinguido a la izquierda de la derecha, sin dogmatismo al defenderlas ni radicalismo temerario para llevarlas a la práctica.

Con su coherencia y honestidad se ha ganado la confianza de su pueblo y algunos líderes de la izquierda europea, que antes le trataron con muchos recelos y apostaron por Cardoso cuando disputaban la presidencia de Brasil, dicen ahora que es también una esperanza para toda la izquierda. Pero si le quieren ayudar, bastaría con que ellos lo fueran de nuevo para la ciudadanía europea, devolviéndole la confianza, con hechos, en la viabilidad de una Europa que puede progresar económicamente, avanzar en la equidad social y pesar políticamente en el mundo con voz propia, en lugar de confundirla con ambiguos discursos y seguir defraudándola aplicando políticas intercambiables con las de cualquier Gobierno conservador.

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