Un proyecto posible
El proyecto de Constitución europea ya está en manos de los Estados miembros. Los jefes de Estado y de Gobierno reunidos en Salónica han concluido que el texto surgido de la Convención es una buena base para la Conferencia intergubernamental que comenzará en octubre. El texto definitivo de la Constitución será entregado por el presidente de la Convención, Valéry Giscard d'Estaing, el próximo 18 de julio. Se han cumplido, pues, los plazos y se espera que entre la próxima presidencia italiana e irlandesa se concluya la Conferencia intergubernamental y se alumbre y apruebe la primera Constitución europea.
En una primera valoración estimo que el resultado es apreciable y supone en muchos aspectos un notable avance en el ejercicio de racionalización del proyecto de integración europeo.
Que la Unión Europea tenga una personalidad jurídica única dejando atrás la invención de los tres pilares y se vaya a incorporar un catálogo flexible de competencias con el objetivo de determinar qué hará la Unión y qué harán los Estados miembros es un notable avance que permitirá hacer más comprensible a los ciudadanos cómo trabajan y deciden las instituciones comunitarias.
El proceso legislativo ha sido igualmente racionalizado y será mucho más transparente con una participación acrecentada del Parlamento Europeo. Es muy positivo que la cohesión económica y social haya sido reconocida como un principio transversal que debe ser integrado en las políticas comunitarias. Es de alabar la inclusión en la Constitución, y con carácter jurídicamente vinculante, de la Carta de Derechos Fundamentales de los ciudadanos europeos.
Es cierto que en otras cuestiones no se ha llegado tan lejos y algunas quedan todavía en el renglón de la unanimidad, como las relativas a la armonización fiscal.
Igualmente es muy confuso el método que habrá de seguirse para la definición de las políticas económicas en el seno del Consejo de Ministros y el papel real del Ecofin en la dirección de la economía europea. Tampoco es genial la solución que se aporta en el capítulo de la política exterior y seguridad común, auténtico talón de Aquiles de la construcción comunitaria.
Con todo, el proyecto de Constitución es, como ha dicho el Consejo Europeo de Salónica, una buena base para el futuro, en la medida en que los Estados no se empeñen en utilizar la Conferencia intergubernamental para dar pasos atrás. Esta es un tradición que en este caso no debiera repetirse. Las administraciones nacionales de los Estados tienen la tendencia a exagerar la necesidad de defender los llamados intereses nacionales de modo y manera que las conferencias intergubernamentales se convierten en un ejercicio para ver quién aprieta más fuerte el interruptor de la moulinex con el resultado obvio de triturar los avances en la construcción europea.
Esta vez será más difícil por el buen trabajo surgido de la Convención. Ya no servirá como excusa que el texto de la Constitución es un producto burocrático de técnicos alejados de la realidad, que ha sido siempre la gran excusa de los Estados miembros para oponerse a los proyectos comunitarios elaborados en el pasado por la Comisión Europea.
En la Convención han participado los Gobiernos, las instituciones comunitarias, los parlamentos nacionales, la sociedad civil y todas aquellas asociaciones, universidades y grupos de opinión que han deseado expresar sus puntos de vista. El resultado es un común denominador de acuerdos que han sido trasladados al texto del proyecto de Constitución. Un veto excesivo o reservas numantinas deberán estar muy justificados para ejercerlos en nombre de un interés nacional.
En España el debate sobre la Constitución europea debería ser del mayor interés público. Los partidos ya han anunciado que por primera vez se celebrará un referéndum nacional para su aprobación. Nunca antes se había llamado a los españoles para expresarse en un referéndum sobre una cuestión europea. Se impone una tarea de explicación y pedagogía cara a la opinión pública. Es fundamental si no queremos tener una sorpresa ingrata en el referéndum. Los españoles tenemos la reputación de ser buenos europeos, pero esto hay que demostrarlo en el próximo referéndum. Para que se ilusionen con la nueva Constitución conviene que todos la expliquemos bien.