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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Paso adelante de la UE

La Convención sobre el futuro de Europa presentó ayer el borrador definitivo de la Constitución europea, cuyo texto deberán debatir los 15 Gobiernos de la UE. La aprobación definitiva puede producirse en diciembre en Roma, al final de la presidencia italiana de la UE, para sustituir al histórico Tratado que creó el Mercado Común en la misma ciudad en 1957. El texto recoge, entre otras novedades importantes, la creación de una presidencia estable de la UE que pondrá fin a la rotación semestral, así como la figura de un ministro europeo de Exteriores. La zona euro disfrutará además de mayor autonomía respecto a los socios que no han adoptado la moneda única. Y la Carta de Derechos Fundamentales del Ciudadano se incorporará al texto para que sea vinculante en todos los Estados miembros.

Representantes gubernamentales, comunitarios, de los Parlamentos nacionales y de la sociedad civil han debatido 16 meses este proyecto de Carta Magna que inspirará la integración europea desde ahora. Los agoreros que preveían un guirigay indescifrable como resultado de los trabajos de la Convención han errado, gracias, en parte, a la decidida presidencia de Valéry Giscard d'Estaing. El resultado es una buena base para que los Gobiernos redacten el texto final.

Pero también se ha frustrado la vocación de transparencia con que nació la Convención, y la simplificación de los tratados está aún muy lejos del objetivo deseable. Como con otros proyectos, la supuesta élite eurócrata ha secuestrado con su jerga y conciliábulos lo que debería ser una ilusión de todos los ciudadanos. Y frente a las promesas de una apertura a la sociedad civil, la fase final se ha convertido, como denunció ayer la Comisión Europea, en una negociación cerrada para acotar las parcelas que cada país considera intocables.

Aun así, ha habido sensibles avances, máxime teniendo en cuenta la difícil coyuntura internacional en la que se han realizado los trabajos. La supuesta unidad de acción europea en política exterior se resquebrajó como pocas veces a causa del alineamiento o no con las tesis de EE UU en la guerra de Irak, provocando la parálisis en la vida comunitaria y heridas aún por restañar.

Madrid parece la peor parada del rifirrafe. El proyecto de Constitución recoge en gran parte las tesis europeístas de París y Berlín y respeta las reticencias de Londres a un conato de Estado europeo federal. España bajó la guardia en la recta final y ha tenido que encajar un nuevo sistema de voto (basado en gran parte en criterios demográficos) que reduce drásticamente su capacidad de influencia. El Gobierno confía en modificar el sistema en la conferencia intergubernamental que comenzará en octubre, y en la que todos los países disponen de derecho de veto. Pero el envite puede ser insostenible con un borrador ya en la calle. José María Aznar inauguró, en su condición de presidente semestral de la UE, la Convención que ahora se cierra. En su discurso no mencionó una sola vez la palabra Constitución. La historia demuestra que es mejor no obviar la realidad.

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