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Columna
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El coste de las decisiones políticas

Aunque la reciente campaña electoral no era el marco adecuado para debatir problemas nacionales, cuestión más propia de unas elecciones generales, han salido a la luz problemas de precios de la vivienda, precariedad del empleo, futuro de las pensiones, inseguridad ciudadana y, sobre todo, la implicación española en la guerra de Irak y las consecuencias del vertido del Prestige. Sin embargo, las interpretaciones sobre dichos problemas han sido tan ligeras, cuando no delirantes, que el electorado difícilmente habrá podido forjarse una opinión sobre el beneficio, o perjuicio, que se deriva de las decisiones políticas de sus gobernantes.

Dejando de lado la falta de información sobre determinados temas, como por ejemplo los efectos sobre la distribución de la renta de las últimas reformas fiscales o la verdadera dimensión de los déficit públicos, el problema de que las controversias sobre cualquier materia se eternicen estérilmente radica en la falta total de disciplina en unas lecturas de datos que sólo requerirían, más que del uso de técnicas estadísticas, el que se aplicara la propia disciplina de la razón.

No se pueden, por ejemplo, comparar conceptos en los que no exista coincidencia respecto a su cualidad, como hemos podido ver cuando se comparaban españoles que, en el pasado, habían sido víctimas casuales de atentados del terrorismo internacional con españoles víctimas de atentados dirigidos específicamente contra objetivos españoles, como ocurrió en Casablanca. Tampoco es de recibo comparar, como se hace al intentar justificar el aumento de la inseguridad ciudadana, conceptos en los que no existe la obligada coincidencia de contenidos, como ocurre cuando se compara globalmente la población española y la extranjera residente en España, haciendo abstracción de que ambas poblaciones difieren radicalmente en cuanto a integración social, empleo, educación, condiciones de vida, hacinamiento y otras características en las que, posiblemente, se encuentran las causas de la delincuencia, más que en el hecho de tener una u otra nacionalidad.

Otro ejemplo del caos interpretativo lo encontramos en la elección caprichosa de los periodos base de comparación o de los países con los que establecer las diferencias, lo que lleva a pérdidas de percepción histórica en la evolución de los diferentes problemas y a una inevitable politización de los debates.

Lo cierto es que ese, de momento, inalcanzable acuerdo sobre el modo de interpretar la evolución de nuestros problemas es cada vez más urgente a la vista de los indicios sobre las consecuencias que parecen estar teniendo algunas de las medidas recientes.

La radicalización que se aprecia en los resultados de las elecciones municipales en el País Vasco, y como serio reflejo en Cataluña sobre todo por el avance de ERC, puede poner en duda la eficacia de una política frentista ante el nacionalismo democrático que, además de no ayudar de un modo efectivo a la lucha contra el terrorismo etarra, puede estar fomentando sentimientos de agravio y haciendo perder esas bazas afectivas y culturales tan esenciales para la convivencia pacífica de los pueblos.

También existen muestras de que la dureza que se ha pretendido imponer en las sucesivas legislaciones en materia de extranjería no está dando los frutos esperados, puesto que los incrementos de población extranjera son tan espectaculares que podemos estar en cifras próximas a los dos millones, cuando hace apenas un año el censo de población contó algo más de millón y medio de extranjeros. Y, por lo que se refiere a las medidas adoptadas para combatir el aumento de la delincuencia, su resultado de momento sólo se manifiesta en récords históricos de nuestra población penitenciaria.

Aunque más difícil, la interpretación de los costes o beneficios que se derivan de las decisiones políticas deberían proyectarse al futuro. Para ello, aunque puede servir la constancia numérica de cuanto ha ocurrido en el pasado, habrán de intervenir equipos multidisciplinares, incluidos especialistas en ética y derecho, capaces de interpretar los fenómenos de un modo integral.

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