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Tribuna
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Lectura política

Todavía calentitos e incompletos, los primeros datos del escrutinio confirman que puede haber alternancia en las elecciones generales de 2004. Y no hay efecto sin causa.

La victoria del PP en 1996 no sólo fue propiciada por el asunto GAL y los casos de corrupción que desprestigiaron al PSOE. Un bien estructurado discurso / programa de matriz liberal elaborado en el laboratorio FAES tuvo algo que ver. Pareció que, por fin, teníamos un centro-derecha moderno. Transcurridos casi ocho años todo indica que se trataba de un espejismo.

Entre 1996 y aproximadamente 1999, el discurso FAES inspiró la acción de gobierno. Se abordaron, con luces y sombras pero con cierta decisión, reformas; se generó cultura de competencia y de rigor presupuestario; hubo entendimiento con partidos nacionalistas, se aprovechó razonablemente bien la bonanza económica global y se cumplieron las condiciones del euro, un hito importante, incluso decisivo.

Luego, hasta principios de 2002, la euforia y la autosuficiencia fueron desplazando al rigor y la moderación. La mayoría absoluta de 2000 aceleró este proceso. La FAES dejó de pensar o el Gobierno dejó de escuchar. Los responsables económicos, ebrios de éxito, se creyeron magos capaces de dominar los ciclos. Que la secuencia ahorro/inversión se concentrara en la construcción (¿cuándo pinchará la burbuja?) y no en bienes de equipo tampoco les preocupaba mucho. Colocaron amiguetes al frente de las grandes empresas públicas privatizadas y les encargaron, además de reconquistar Latinoamérica, diversificar hacia el sector mediático para conseguir su control. El presidente Aznar se autoungió como infalible y emprendió el regreso a la España-Cortijo.

Pero lo peor estaba por llegar. Los últimos 18 meses han deteriorado extraordinariamente el contexto. La nueva élite empresarial surgida del Gobierno se ha emancipado y ya no acepta instrucciones, las da (véase el desenlace de la opa de Gas Natural sobre Iberdrola). Incluso las infraestructuras se planifican desde una concepción centralista, obsesivamente radial y económicamente irracional.

La pésima gestión de la tregua y de la postregua de ETA empeoró aún más la situación en Euskadi y hoy casi todos -ETA desde luego en primer lugar- siguen estrategias de guerra. El PP, que parece saber poca historia de España, aprovecha el conflicto para criminalizar a los otrora llamados nacionalismos moderados y, paradójicamente, los quiere combatir desde un radical nacionalismo español arcaico. La actitud ante la construcción europea y políticas como las de seguridad, de inmigración, de educación y de innovación tecnológica son simultáneamente dogmáticas y erráticas.

Se dice que a la alternativa posible de Gobierno le falta todavía un punto de madurez, de sazón. Tal vez sea cierto. Bastante ha avanzado después de sus todavía recientes vicisitudes. Pero el PP ha convertido esa presunta inmadurez en algo secundario. Urge la alternancia. A nivel de SOS. El 25-M hace pensar que el electorado ha empezado a detectar esta necesidad.

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