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Columna
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Candidatos en debate

Se ha señalado como una específica anomalía española la falta de debates entre los candidatos durante las campañas electorales, sobre todo en las televisiones. Ahora, en un libro de reciente aparición, Periodismo en campaña, el vicepresidente primero del Gobierno y ministro de la Presidencia, Mariano Rajoy, que fue director de las campañas victoriosas del PP cuando las europeas de 1994, las municipales y autonómicas de 1995, las generales de 1996 y las generales de 2000, ha venido a declararse partidario de los debates y a subrayar con sinceridad que los de verdad son los debates a dos.

Enseguida Rajoy reconoce que los candidatos promueven y aceptan debates cuando consideran que van a favorecerles, mientras que intentan rehusarlos si calculan mayores ventajas para sus contendientes.

Esta campaña en la que estamos hasta el día 25 para las elecciones autonómicas y municipales aporta una buena ilustración de semejantes actitudes. Resulta que las televisiones públicas, nacionales y autonómicas tienen limitaciones que tienden a excluir debates a dos, según los dictámenes acordados por las juntas electorales. Pero, aunque los canales privados estén disponibles, tampoco pueden muchas veces ofrecerlos por las dificultades inconciliables que plantean los directores de las campañas.

La pretensión de cada uno suele ser la de controlarlo todo de antemano para evitar desventajas. Cuán esclarecedor sería que los del graderío llegáramos a conocer las reuniones previas de los mánageres y el pretendido canal anfitrión donde descienden a detalles que van desde la tonalidad de los fondos hasta la disposición del escenario.

Otras exigencias contrapuestas pueden versar sobre si los interlocutores deben presentarse sentados o en pie, según estimen que la alzada de su pupilo quede mejor. Luego vienen los pactos laboriosos para designar un moderador que todos querrían afín, aunque hagan protestas de boca para fuera en el sentido de que sólo andan buscando su neutralidad.

Después se intenta fijar el índice de los asuntos a debatir y se proponen marcar en rojo aquellos que todos se comprometerían a eludir. Los preciosistas del bizantinismo dialéctico se empeñan en eliminar espontaneidades y determinar el orden exacto en el que habrían de ser abordados los asuntos, convencidos todos de que aquí no rige la propiedad conmutativa, es decir, de que el orden de los factores altera el producto. Para ganar tiempo, o perderlo, de forma que desaparezca la ventana de oportunidad, pueden aplicarse también a revisar la trayectoria profesional y política de los cámaras y del realizador y a examinar el contenido de las interrupciones publicitarias si las hubiere.

Se diría que por fin todos estos detalles pudieron ser acordados hace unos días para ofrecer el primer debate en Telemadrid entre Esperanza Aguirre, del PP; Rafael Simancas, del PSOE, y Faustino Fernández, de IU, candidatos todos ellos a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Fue una comparecencia ejemplar que resistió muy bien en un horario de máxima audiencia.

Otra experiencia celebrada en un ámbito muy distinto, el del programa radiofónico Hoy por hoy de la cadena SER, que dirige Iñaki Gabilondo, permitió que se enfrentaran los candidatos a la Alcaldía de Madrid: Alberto Ruiz-Gallardón, del PP, Trinidad Jiménez, del PSOE, e Inés Sabanés, de IU -también debatieron en Telemadrid-. El formato de ambos debates era en apariencia idéntico, pero televisión y radio son muy diferentes. Porque la televisión es ortopédica. Requiere maquillaje, depende de la iluminación y ofrece el gesto que acompaña a la palabra y también da cuenta de los efectos que quien habla causa en los interlocutores que en ese momento escuchan.

La aproximación de la radio es distinta, favorece que los candidatos en liza puedan recibir apoyos de los propios equipos y hace posible dos niveles de comunicación: el que llega a los oyentes y el que queda restringido al ámbito del estudio donde el encuentro se celebra.

Dicen los expertos que, por encima del resultado de los debates en sí ofrecidos al público en directo, la batalla más decisiva se entabla para ser declarados vencedores en los titulares de la prensa del día siguiente.

Porque estamos en una cultura donde los testigos abdican de su condición y se entregan al juego de otras virtualidades con animación audiovisual. Igual que en el ámbito de las competiciones deportivas los hinchas, enronquecidos tras comulgar con su equipo en el estadio, regresan a casa ansiosos de exponerse a las versiones que vayan a dar los distintos programas de radio y televisión, y al día siguiente madrugan para adquirir las ediciones de la prensa deportiva y tener un criterio al que sumarse.

En todo caso, ya se sabe que la democracia es una carrera de obstáculos porque quienes aspiran a una representación deben ser pasados por las urnas. De ahí resulta que algunos que podrían ser magníficos presidentes o alcaldes se quedan en el camino cuando carecen de condiciones idóneas para ser algo previo: buenos candidatos.

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