El síndrome
Se dice que cuando el presidente Bush (padre) perdió las elecciones presidenciales en 1992, poco después de que las Fuerzas Armadas estadounidenses (y otras muchas) expulsaran a las iraquíes de Kuwait, Bill Clinton afirmó eso de '¡es la economía....!', refiriéndose a que lo que importaba a los estadounidenses era el estado de la economía norteamericana, más que la liberación del pequeño país, y que la mala gestión de la misma había perjudicado a la Administración saliente.
A principios de los años noventa la economía norteamericana estaba inmersa en una recesión que le llevó a una caída del PIB del 0,5 en el año 1991. La inflación alcanzó un 4,2% ese año y se destruyeron casi un millón de empleos. Fue una recesión corta, pues en 1992 la economía ya crecía a tasas del 3% y se crearon más puestos de trabajo que los que se habían destruido.
La Administración Bush había confiado en que la victoria militar y el auge de la popularidad del presidente en los meses de la contienda permitieran matizar la importancia que los votantes daban al estado de la economía y a la identificación del mismo con el Gobierno.
Y sin embargo parece que no fue el caso, pues un desconocido Clinton ganó las elecciones de noviembre de 1992, cuando ya eran evidentes los signos de recuperación económica.
En cierta medida existe el riesgo de que el recuerdo de estos acontecimientos políticos marque la dinámica de la nueva Administración Bush en los próximos meses como una especie de síndrome de consecuencias imprevisibles. El mandato del actual presidente George W. Bush desde el año 2000, aparte de iniciarse con una victoria muy discutida, ha coincidido con tres hechos muy preocupantes.
En primer lugar, una clara desaceleración del ritmo de crecimiento de la economía: de tasas de crecimiento cercanas al 4% desde 1996 hasta 2000, al 0,3% en 200l, con una pequeña recuperación hasta el 2,4% en 2002 que posiblemente no se mantendrá en el año 2003.
En segundo lugar, una de las mayores caídas de los mercados bursátiles desde la crisis de 1929, que ha dejado a muchos norteamericanos con importantes pérdidas en sus inversiones.
Finalmente, una cadena de escándalos contables que han afectado gravemente a la confianza de los inversores. Unos escándalos contables que, por si fuera poco, han protagonizado en algunos casos personas cercanas a la actual Administración.
Los tres elementos están sin duda interrelacionados, pero para el caso que nos ocupa configuran un escenario que, al menos, pone en duda las posibilidades de reelección del presidente actual, especialmente si tenemos en cuenta los antecedentes de principios de los años noventa.
Bajo este síndrome, los riesgos de mantenimiento de la tensión o confrontación en Oriente Próximo son claros, pues ésta podría identificarse como el catalizador para no hacer peligrar una posible reelección en noviembre de 2004.
Las advertencias lanzadas esta semana por EE UU a Siria, por su supuesta colaboración con el régimen de Sadam Husein y su calificación de 'Estado terrorista que fabrica armas de destrucción masiva', han dejado atónitos a muchos ciudadanos.
No había caído aún la ciudad de Tikrit y el Gobierno norteamericano parecía abrir un nuevo frente de tensión en Oriente Próximo, incluso después de haber atacado Irak sin el respaldo de la ONU.
Es probable que la economía norteamericana recupere lentamente tasas de crecimiento algo más elevadas, dados los impulsos fiscales y monetarios recibidos, incluso a pesar de los importantes desequilibrios acumulados a lo largo de los años noventa (elevado endeudamiento de los consumidores, déficit por cuenta corriente en máximos históricos, etcétera). Pero más probable aún es que el mantenimiento de la tensión geopolítica y la difícil lucha contra un enemigo que no puede ser claramente identificado sigan afectando negativamente a los consumidores y empresarios y, por tanto, los norteamericanos y su Administración pierdan en el frente económico.
Y, esta última, posiblemente también en el político.