Sindicatos y secuelas de la guerra
Uno de los temores de los opositores a la masacre y expolio de Irak es que el Gobierno de EE UU continúe con sus fechorías en Siria e Irán y las extienda después a otros países. Algunos confían que el abierto y militante rechazo de la opinión pública mundial a la invasión de Irak ejercerá a modo de muro de contención frente a nuevas matanzas. Sea como fuere, tan obvio como que la doctrina de las guerras preventivas y las aspiraciones imperialistas de la actual administración de EE UU conducen a nuevas agresiones, es que sólo perseverando en las movilizaciones mundiales en contra hay posibilidad de evitar próximas carnicerías.
Aunque sobre la valoración de la política de Bush esté dicho casi todo, no esta de más subrayar que encierra el riesgo de hacer retroceder lo que entendemos como proceso histórico de civilización. Encierra un neofascismo, cuya gran cortapisa está en que el recorte a las libertades y derechos civiles han de ser graduales, incluidos los que sufren los ciudadanos estadounidenses, alienados por el rencor de la incalificable acción terrorista del 11 de septiembre, pero con un remanente de defensa de la democracia que a medio plazo podría servir para cambiar los designios de su actual Gobierno e incluso terminar echándole del poder. Mientras a Bush le respalde la mayoría, a la humanidad no le cabe esperar más que desgracias.
Ante semejante panorama y volviendo la mirada hacia el papel del sindicalismo de nuestro país, saltan a la vista dos primeras necesidades.
Los sindicatos deben seguir presionando para que la política de nuestro Gobierno cambie radicalmente
Una de ellas es intentar contribuir a que la frustración que en ese 91% de españoles contrarios a la invasión de Irak haya podido producir el desarrollo de los acontecimientos, no les desanime en su implicación ante próximas movilizaciones. La otra es continuar presionando para que la política de nuestro Gobierno cambie radicalmente, lo que quizá sólo sea posible si se debilita su propio poder en beneficio de todas las fuerzas políticas inequívocamente democráticas -subrayo lo de todas- que han expresado su rechazo a la deleznable conducta de Aznar y la dirección de su partido. Siempre en la conciencia de que a los sindicatos les corresponde una función política, pero no partidista. En esta etapa corresponde actuar de forma parecida a como lo hizo a lo largo del complejo proceso de la transición a la democracia, en aquel entonces para consolidarla y ahora para defender la paz. Le corresponde, desde el campo que le es propio, actuar con una visión de Estado.
Estas consideraciones son oportunas tras observar algunos hechos surgidos en torno a las últimas movilizaciones contra la guerra. Como se sabe, se ha abierto una fisura sindical en relación a la forma más conveniente de seguir alimentando el rechazo, que refleja dos opiniones diferentes sobre cómo mantenerlo y, a ser posible, incrementarlo.
Para CC OO lo importante ha venido siendo facilitar más la extensión que la profundidad de las movilizaciones, de modo que no disuadan de la participación en ellas. También considera esencial preservar en todo momento su carácter cívico y cuidar especialmente que la ciudadanía vea que las diversas organizaciones que promueven los llamamientos no pretenden sacar provecho propio en una lucha que trasciende clases sociales, credos e ideologías políticas. De ahí que en el caso de los paros del pasado día 10 optara por hacerlos de corta duración y presentarlos como parte de una acción cívica más general.
UGT prefirió convocar una huelga general, que sólo ha tenido de tal el nombre, pues, como sus propios portavoces aclararon después, se trataba en la práctica de un paro laboral de más minutos que el paro propuesto por CC OO.
Lo presenciado tras este desencuentro ha sido lamentable. Desde algunos medios de comunicación empeñados no en informar sobre dos tipos de movilización para el mismo día que diferían en su extensión horaria, sino en convertir esa diferencia en poco menos que un sí y un no al compromiso frente a la guerra, pasando por el penoso espectáculo de quienes en el seno de CC OO llevan años intentando desestabilizar a su dirección y han creído que se les abría una buena oportunidad para volver a desacreditarla públicamente, y terminando con la indisimulada complacencia de terceros, se ha buscado poner en la picota al sindicato y se ha transmitido un mal mensaje a esa inmensa masa de españoles contrarios a la guerra, parte de ellos recelosos de las motivaciones de quienes les convocan a manifestarse.
Habrá que confiar en que hechos de esta naturaleza no desanimen a la ciudadanía de su fundamental participación para frenar a Bush y sus matones. Habrá que intentar restañar heridas y exigir que los ajustes de cuentas intra e intersindicales se diriman en los escenarios que correspondan.
Porque lo que se está ventilando en el mundo es excepcionalmente serio, y bastantes miserias emergen en las guerras para encima añadirles las nuestras.