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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La inflación no cede

El índice de precios de consumo (IPC) aumentó siete décimas en marzo, aunque redujo su avance en los últimos 12 meses en una décima, hasta el 3,7%. Se antoja poco recorrido como para recortar los grandes diferenciales que separan la economía española de las europeas. La finalización del periodo de rebajas en la mayoría de las comunidades autónomas devolvió los precios del equipamiento personal, el calzado, el vestido y el menaje a los previos a la temporada navideña, y aportó una tercera parte de la inflación generada en el mes de marzo. El resto lo hicieron los precios de los carburantes, la alimentación y, cómo no, una vez más los hoteles, cafés y restaurantes.

La reducción de una décima en la inflación generada en los últimos 12 meses se ha producido también en la tasa subyacente, el núcleo duro de los precios, que excluye la evolución de los alimentos frescos y la energía. Ha descendido hasta el 3,2%, nivel al que debería descender la tasa general cuando desaparecieran los efectos coyunturales de la subida del petróleo. En todo caso, una inflación tendencial superior al 3% sigue siendo peligrosamente excesiva para una economía que tiene que competir en un entorno en el que los demás jugadores se mueven en tasas próximas al 2%.

El Gobierno sigue confiando en reducir el crecimiento de los precios hasta los umbrales inferiores al 3% nada más terminar la primavera, contando con el inmediato final del conflicto de Irak y una bajada significativa del precio del petróleo. Pero no es suficiente. España, que no se caracteriza por un sistema productivo muy competitivo por acumulación de capital, necesita tener la capacidad de competir en precios para mantener las cotas de mercado logradas en los últimos años.

Las tasas de inflación, alojadas fundamentalmente en los sectores de servicios, muchos de ellos poco sensibles a la competencia, deben perder temperatura. Se ha terminado el milagro que suponía una simple devaluación de la divisa, algo que únicamente ponía el contador de la competitividad a cero, tras deterioros acumulados a lo largo de años con la inflación.

Las autoridades económicas han tomado algunas decisiones en la buena dirección para controlar las tensiones inflacionistas (la eliminación nominal del déficit, la más importante sin duda); pero han difundido también un mensaje que rezuma derrotismo al justificar la inflación en el diferencial de crecimiento y en el acortamiento del diferencial de renta con la UE. Las medidas tomadas han sido anuladas por la demanda y el crecimiento de los márgenes, y porque en los últimos cuatro años, una vez agotada la expectativa de reducción de precios que alimentaba una espiral desinflacionista, el Gobierno ha perdido el control de una de las variables más sensibles y que revela siempre sus estragos a largo plazo.

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