Paz segura, paz cívica
Jordi de Juan i Casadevall afirma que no hay que confundir la minoría ruidosa con la mayoría silenciosa. El autor sostiene que esta última pasará factura electoral al Partido Socialista por su postura en el conflicto de Irak
Hay pocos sentimientos tan nobles, y tan universales como el sentimiento de paz. Nadie quiere la guerra, todos queremos la paz. También el Gobierno y el grupo parlamentario que le presta apoyo político. El no a la guerra forma parte de un código ético universal que no consiente una doble moral, ni siquiera la distinción weberiana entre la moral de la convicción y la moral de la responsabilidad. Es un valor absoluto, como el respeto al Derecho, que es presupuesto de la libertad y de la seguridad. Y de la amalgama de estos valores brota una paz segura fundada en el Derecho internacional.
Esta es la postura que algunos mantenemos en relación a la crisis de Irak. Firmeza democrática ante un régimen tiránico que sojuzga al pueblo iraquí, viola sistemáticamente los derechos humanos, ha hecho la guerra contra sus vecinos más inmediatos y no duda en poner sordina a las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que le obligan a despojarse de su arsenal de armas de destrucción masiva.
A partir de aquí no comparto el maniqueísmo reduccionista, la soflama fácil o la interesada confusión entre agresor-víctima que algunos alientan. Y mucho menos los insultos. Y menos aún, las agresiones. Porque decir las cosas por su nombre exige decir que estamos asistiendo a una manipulación interesada de un sentimiento de noble pacifismo por grupos no muy pacíficos.
Lo que está en juego es no sólo la legalidad internacional, sino también la legalidad democrática
No estoy hablando simplemente de ataques con huevos o tomates a dirigentes de un partido democrático o de estiércol o pintura roja derramada ante las sedes del partido que ha recibido un mandato electoral mayoritario para gobernar hasta el año 2004. O de una página web que califica como asesinos a la totalidad de un grupo parlamentario o de las manifestaciones con fotos de los diputados del Partido Popular al más puro estilo de la Alemania de los años treinta. Estoy hablando de la agresión física que padeció hace unos días el candidato a la alcaldía de Barcelona del PP, Alberto Fernández, por un grupo supuestamente pacifista.
Y frente a estas agresiones o coacciones no ya a la libertad de expresión sino al ejercicio democrático de la representación y participación política por el partido mayoritario, el silencio ominoso o la solidaridad tardía, e insuficiente, del principal partido de la oposición. Está en juego su tarta electoral, la paz poco les importa.
Ya sabíamos que la razón de Estado y la opinión pública, a veces, casan mal. Lo que no sabíamos es que un partido que ha sido Gobierno y hoy es el principal partido de la oposición, falto de ideas y aquejado por un celo electoral corrosivo, iba a perder todo sentido de la responsabilidad y de la prudencia.
El PSOE carece de liderazgo sólido, de proyecto y de discurso creíbles. No es una alternativa de Gobierno, y por ello no duda en echar mano a cualquier pancarta aunque ello suponga quebrar el consenso de la política exterior o, lo que es lo mismo, minar el crédito de la acción exterior del Estado para obtener pingües beneficios electorales.
La coherencia nunca ha sido un activo del partido que, tras apelar al pacifismo y acuñar el eslogan 'OTAN no, bases fuera', nos metió en la OTAN y prestó todo el apoyo necesario a la intervención militar en Irak en 1991.
El nuevo socialismo libertario que pretendía emular a Blair, al que ya no cita, palidece ante la confusión maniquea que alienta entre el agresor y la víctima, olvida a Sadam Husein e insiste en la demagogia y la falsedad. No, nos hallamos en guerra, aportamos un contingente armado con fines humanitarios, aportamos 30 millones de euros en ayuda humanitaria. Por cierto, sin su apoyo.
No hay que confundir la minoría ruidosa con la mayoría silenciosa, la que pasará factura al Partido Socialista en su nuevo papel de todo vale. En su maniobra táctica de abandono del centro y aproximación a la izquierda radical, no ha dudado en participar en manifestaciones donde se califica de asesinos a diputados del PP. Ni una sola palabra contra el sátrapa de Bagdad.
Han sido necesarias más de cien agresiones a sedes del PP, una agresión física al candidato a la alcaldía de Barcelona y la hospitalización de un concejal de Reus para oír una liviana declaración de condena del Partido Socialista. Lo que está en juego es no sólo la legalidad internacional, sino también la legalidad democrática. Una paz segura en el exterior, una paz cívica en el interior.