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La Opinión del experto
Tribuna
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La falsa excusa del tiempo

Antonio Cancelo echa abajo la queja de algunos que alegan falta de horas para hacer trabajos que no consideran urgentes y prefieren hacer otros en los que se encuentran más cómodos

Antonio Cancelo, ex presidente de Mondragón Corporación Cooperativa

Pocas cosas existen en la vida que ocupen un espacio de tanta entidad como el tiempo, al que me refiero como simple instrumento conversacional y no en su sentido filosófico. Argumento que juega un importante papel social, abarcando espacios relacionales que de otro modo sería difícil ocupar y permitiendo una comunicación sencilla al alcance de todo el mundo. La referencia al tiempo, en este caso no atmosférico, llena también la vida empresarial y para el directivo se convierte en uno de los tópicos a los que se recurre con mayor frecuencia. Todo se desarrolla en espacios de tiempo, cuyo gobierno constituye una de las esencias de la gestión directiva.

Se planifica a corto, medio o largo plazo; se controla diaria, semanal, mensualmente; se fijan fechas para la celebración de reuniones, cumplimientos de pedidos, vencimientos de pagos, etcétera. El tiempo lo impregna todo y son tantas las cosas que necesitan ser encajadas que generalmente existe la sensación de que se queda corto, de que es el más importante de los factores escasos.

De modo diferente al tiempo atmosférico, al que se puede calificar de bueno o malo, según las expectativas de cada persona, al tiempo como espacio para realizar actividades se le califica indefectiblemente de escaso. En el mundo empresarial existe siempre la sensación de estar pillado por los acontecimientos, de carecer de tiempo para hacer las cosas bien, siendo frecuente la expresión 'el día a día nos come'.

Se ganaría mucho revisando el contenido de las innumerables reuniones a las que todo el mundo está convocado y que no se preparan bien

Esa sensación de estar siempre en lo urgente, en lo que no admite demora, expresa una cierta incomodidad porque las cosas sean como son, existiendo la aspiración, parece que inalcanzable, de modificar el ritmo de los acontecimientos, dedicando menos tiempo a hacer y más a pensar cómo hacer.

La expresión 'no tengo tiempo' no deja de ser, sin embargo, equivalente al 'hace buen tiempo' o 'qué malo hace' con que se saludan los vecinos al encontrarse en la puerta de la calle, es decir, un puro artificio cuando se carece de elementos de mayor enjundia para iniciar una conversación o para responder con precisión a lo que pasa.

Recuerdo cómo me incomodaba cuando cualquiera de mis colaboradores respondían a una petición con el recurso a la carencia de tiempo. Alguna vez me permití argumentar sobre la simpleza de la respuesta y sobre su falsedad. Todos tenemos tiempo y, además, aquí sí que no hay privilegios, exactamente el mismo, se quiera medir en horas, días o minutos.

Por tanto, cuando alguien aduce falta de tiempo para algo, es porque quiere dedicarlo a otras cosas que en su evaluación personal considera más urgentes, más importantes, más imprescindibles o, si se quiere sospechar, en las que se encuentra más cómodo. Por eso cuando alguien no tiene tiempo, lo que realmente contesta es que, por las razones que sea, tiene otras preferencias, entre las que no encaja aquello que se le pide.

Ya que es verdad la escasez de tiempo para todas las cosas que se desearían hacer, bueno sería de vez en cuando detenerse un rato, aprovechar un trocito de lo escaso, para analizar quién o qué llena nuestras agendas, por si descubrimos que muchas de las cosas que justifican la tiranía del tiempo no responden a los intereses de nuestras empresas, ni siquiera a los nuestros personales y sí a terceros que de manera inteligente y sibilina se han colado en nuestro limitado espacio, convirtiéndose en ocupas profesionales.

Tampoco estaría mal dedicar otro ratito de nuestro tiempo a pensar cómo hacer las cosas, puesto que la eficacia no se logra corriendo a tontas y a locas, acudiendo agobiados de un sitio para otro, sino teniendo claro a dónde queremos ir, definiendo claramente la mejor de las rutas y dosificando el esfuerzo para no ceder en el tramo final, cuando la meta parece cercana.

Alcanzar más cosas en el tiempo existente se puede lograr si se trabaja inteligentemente, para lo que es imprescindible utilizar la capacidad de reflexión de la que todo el mundo está dotado, pero se hace imposible si, como se escucha constantemente a tantos directivos, no tienen tiempo para pensar.

La solución a los problemas de escasez de tiempo no pasa por ampliar el número de horas que tiene la jornada, ni el número de días de la semana, lo que creo que nadie intenta, pero tampoco en alargar indefinidamente las horas de cada jornada, de lo que muchos ejecutivos hacen gala, identificando duración de la jornada con eficiencia obtenida. Me parece que esos horarios responden en mayor medida a una cuestión estética que práctica y suelen coincidir, además, con el modo de ver las cosas del jefe.

Se ganaría mucho revisando el contenido de las innumerables reuniones a las que todo el mundo está convocado y que o no se preparan o se preparan superficialmente, con lo que las posiciones son dubitativas, se discute de todo pero se avanza con lentitud y se vuelve reiteradamente a cuestiones que se habían debatido previamente. Si no decidimos situar en el plano de las prioridades el tiempo para pensar, para preparar las posiciones, para elaborar las decisiones, efectivamente nos faltará tiempo y además, probablemente, viviremos angustiados.

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