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Crónica de Manhattan

Esperando que pase algo

El país está virtualmente paralizado esperando que algo pase'. Lo dice el consejero delegado de Bank of América, Kenneth Lewis. Antes que él lo dijera lo han experimentado los parados que buscan empleo y se encuentran con empresas que no cierran presupuestos, ni planes ni objetivos hasta 'que se clarifique la situación'. Lo saben los legisladores del Congreso que se han puesto a debatir ya unas cuentas anuales que puede que se conviertan en papel mojado porque no se incluye el coste de la guerra contra Irak.

La semana pasada ocurrió, eso si, brevemente, un 'algo'. No fue la toma de la decisión de comenzar la segunda guerra del Golfo. Aún no. Pero en el mar de rumores y noticias sin confirmar que desean oír los americanos se coló la de que Osama Bin Laden, el enemigo número uno, había sido apresado. La reciente detención de uno de sus hombres de confianza, Khalid Shaikh Mohammed, dio crédito a una información celebrada con subidas de Bolsa. El rumor fue luego desmentido.

Pero el apresamiento de Bin Laden no será un alivio. Los expertos en seguridad creen que si el Gobierno tuviera apresado a Bin Laden, no lo haría público inmediatamente por las implicaciones políticas y de seguridad que desataría, máxime ahora, cuando todas las miradas están puestas en Irak. El apresamiento del líder de Al Queda abrirá una de las más significativas batallas contra el terrorismo, la que ha de batirse en tribunales y que EE UU, enemigo de instancias de justicia supranacionales, no ha sabido resolver. Finalmente atrapar al hombre más buscado del mundo abre otro escenario de dudas de los muchos que va a encontrarse el país cuando se caiga en la cuenta de cuántas preguntas hay qué responder, desde cómo se endereza una economía cada vez más debilitada hasta cómo se gestiona una posguerra que se prevé larga, costosa y peligrosa en diferentes frentes ('El enfado por Irak se ve como herramienta de reclutamiento de Al Queda', The New York Times).

Y es que apresar a Bin Laden plantea el delicado problema de cómo juzgarle. A los casi 650 presos de Al Queda en Guantánamo se les ha calificado de 'enemigo combatiente' y están en un limbo legal que esta semana un tribunal ha alargado al negarles el derecho a la jurisdicción estadounidense por no estar técnicamente en suelo de EEUU. Algún presunto terrorista tras las rejas en el país también tiene en larga cuarentena sus derechos y solo recientemente, uno de ellos, José Padilla, ha conseguido que un juez le permita ver a un abogado.

Sin precedentes, en el caso en el que Bin Laden termine en manos de sus perseguidores, se teme que juzgarle (está descartada la jurisdicción civil) cause problemas de seguridad nacional por obligar al Gobierno a desvelar secretos y por las posibles represalias de sus seguidores. No se sabe cómo tratar a Bin Laden pero no se contempla traerle a EE UU durante los meses que dure su interrogatorio para no garantizarle los derechos que deberían tener todos los presos. Las autoridades no quieren que se convierta en un símbolo para los que creen que el sistema judicial es una de las víctimas del terrorismo, ni para sus seguidores. Crece la idea de resucitar los anómalos juicios de Nuremberg en un barco en aguas internacionales, por ejemplo, para rebajar el perfil del destino de Bin Laden. Bush y su fiscal general, John Aschroft, necesitan solución también para lo que en principio sería un éxito y que nadie siga pendiente de más cosas.

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