La diplomacia telefónica
James Baker, secretario de Estado con Bush (padre), se convirtió en un personaje cotidiano en Europa y buena parte de Próximo Oriente cuando se gestaba la Guerra del Golfo I tras la invasión de Kuwait por Irak. Warren Christopher, en la Administración Clinton, cruzó los cielos que la diplomacia requería. De ministerio en ministerio, de avión a avión y de capital a capital, hasta ahora siempre se ha dado valor a la visita al aliado.
La que probablemente sea la Guerra del Golfo II está implicando pocos vuelos internacionales en dirección Este por parte de los que más interés tienen en hacerla, y mucho más teléfono. De hecho, se ha calificado de titánico el esfuerzo de Colin Powell al hacer medio centenar de llamadas en un par de días antes de que se cerrara la redacción de la resolución 1.441 de la ONU.
Pero Bush, que no salió de Norteamérica hasta llegar a la Casa Blanca, no ha imprimido en su equipo la necesidad de usar el pasaporte. Lo hacía notar esta semana, en The New York Times, Thomas Friedman en un artículo en el que aseguraba que 'los chicos de Bush tienen una gran actitud, una estrategia débil y una terrible diplomacia (...) Creen que la diplomacia es una llamada de teléfono'. La posición de Friedman, que no suele ser crítico con la Casa Blanca, la comparten algunos diplomáticos (en activo y retirados), algunos empresarios y antiguos asesores de Bill Clinton, que creen que tras el 11 de septiembre no se ha sabido aglutinar alrededor del país la ansiedad generada para construir algo positivo.
Este fin de semana, el ex militar Powell colgó el teléfono para ir a Extremo Oriente con la cuestión de Corea del Norte en cartera y Bush se encargó de llamar el viernes al emir y al ministro de Exteriores de Kuwait. Da Friedman explicaciones a esta modalidad diplomática, una de ellas es que dado el renovado afán unilateralista de esta Administración (puesto a prueba en con el Tratado de Kioto o el Tribunal Penal Internacional), es difícil llegar a Europa o Próximo Oriente buscando amistades.
Lo más peculiar de la cuestión es que no sólo no hay visitas a los aliados sino que son éstos los que vienen a EE UU, reforzando así la visión de imperio que la Administración transmite y que ya ha sido recogida sin complejos por periódicos como NYT, que en enero dedicó buena parte de las páginas de un domingo a analizar la situación bajo el título El Imperio Americano (vaya acostumbrándose). El diario dijo después de las manifestaciones del 15-F que lo único que hacía sombra al imperio americano era la opinión pública, algo a lo que varios líderes, con Bush a la cabeza, restaron importancia.
Este fin de semana ha sido José María Aznar quien ha venido, antes cogieron vuelo a América los primeros ministros de Reino Unido y Letonia y el secretario general de la OTAN. El miércoles llega el de Azerbaiyán.
Esta guerra puede sentar las bases del juego del futuro para EE UU, algo que se resumió el jueves en las formas de un discurso de Bush en Georgia (Atlanta). El presidente no mencionó en una hora de discurso la diplomacia en marcha para romper el enfriamiento con Europa o la búsqueda de lazos en Próximo Oriente, o esa segunda resolución para la ONU. Bush saltó este capítulo y habló de Sadam Husein de forma ejemplarizante: 'Derrotando su amenaza, mostraremos a otros dictadores que el camino de la agresión les conducirá a su propia ruina'. A Powell ya no le vale el teléfono y no le queda más remedio que ir a Asia.