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La Atalaya

Digerir el discurso de Powell

Sería absurdo e irresponsable precipitarse a sacar conclusiones inmediatas sobre el efecto que la detallada exposición realizada por Colin Powell ha tenido sobre los restantes 14 miembros del Consejo de Seguridad. Los discursos pronunciados tras la intervención del secretario de Estado estaban escritos de antemano, de acuerdo con las posiciones mantenidas hasta el miércoles por cada Gobierno, y, por tanto, no nos sirven como termómetro de las reacciones de estos países. Hay que dar tiempo al tiempo para lograr que los datos aportados por Powell sean analizados cuidadosamente y 'digeridos', en acertada expresión de un diplomático occidental. Es evidente que esas pruebas no constituyen 'la pistola humeante' que algunos, ilusoriamente, esperaban, como lo constituyeron las fotografías de satélite aportadas por el embajador estadounidense en la ONU, Adlai Stevenson, para demostrar la existencia de misiles soviéticos en Cuba el 22 de octubre de 1962.

Pero también es evidente, y es lo que Powell pretendía, que las fotografías y las conversaciones interceptadas demuestran una pauta de comportamiento del régimen de Sadam Husein, que se traduce en una ausencia de cooperación total con los inspectores de la ONU, como reconoció hace pocos días el propio jefe de los inspectores, el sueco Hans Blix. Porque se olvida con frecuencia que los inspectores no sólo buscan comprobar la existencia de armas de destrucción masiva, sino dar fe de que Sadam se ha deshecho y eliminado los arsenales químicos y biológicos que poseía cuando los inspectores fueron expulsados del territorio en 1998. El dictador iraquí se limita a manifestar que los ha destruido sin ninguna prueba. Y habrá que reconocer que es más sencillo ocultar una ampolla con gases letales que un misil de hace 40 años. Todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, incluidos Francia, Rusia y China, están convencidos de que Sadam sigue en posesión de sus arsenales letales y algunos de los no permanentes, como Alemania, también -esta semana, la oposición ha acusado al canciller Gerhard Schröder de ocultar los informes del servicio secreto alemán sobre las armas iraquíes-. El desacuerdo se produce sobre las consecuencias que una intervención militar tendría, primero, sobre la inocente población iraquí, y segundo, sobre la paz y la estabilidad en la zona. A lo que hay que añadir el desasosiego que produce en algunos europeos, como Francia, la reafirmación del poderío militar de EE UU.

Los próximos días van a ser cruciales. EE UU desplegará toda su panoplia diplomática para intentar convencer a los indecisos sobre la inutilidad de prolongar las inspecciones en Irak, mientras que Blix y Mohamed el Baradei, jefe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, viajarán a Bagdad para reiterar a Sadam la necesidad de que coopere 'de forma activa' y permita el sobrevuelo de los aviones U-2 sobre el centro del país y las entrevistas privadas con científicos iraquíes, como exige la resolución 1.441. Su informe final al Consejo, el próximo día 14, dependerá de la respuesta de Sadam a sus peticiones. Será entonces cuando los indecisos se tendrán que decidir. EE UU aceptaría una nueva resolución siempre que ninguno de los miembros permanentes ejerciera su derecho de veto. Una acción unilateral estadounidense quebraría la legalidad internacional, pero también quebraría la autoridad de un Consejo de Seguridad incapaz de imponer sus propias resoluciones.

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