La política agraria europea y el desarrollo
Carlos Tió advierte que la política agraria europea no está totalmente exenta de responsabilidad en la situación de subdesarrollo en el mundo. Pero afirma que un sistema de agricultura sostenible precisa siempre de un filtro aduanero
El proteccionismo agrario europeo se ha convertido para muchos en una de las principales causas de la pobreza y del hambre de buena parte de los países en vías de desarrollo. Según esta simplista visión, basada en las virtudes de la especialización económica internacional y del libre comercio, bastaría con que los europeos, los japoneses y otros consumidores con elevada capacidad de renta adquiriéramos los productos agrícolas de exportación de los países en vías de desarrollo, obviamente más baratos que los producidos por nuestros propios agricultores, para que estos países consolidaran su senda de crecimiento económico. Con ello aumentarían igualmente el comercio y el transporte de mercancías a lo largo y ancho del planeta de un modo brutal, al extenderse el modelo de la economía del petróleo y otras materias primas al mundo de la alimentación.
Ese modelo oligopólico de los productos energéticos y las materias primas, incluidas muchas agrícolas (café, cacao, plátano...) se ha desarrollado inevitablemente dadas las limitaciones de localización geográfica establecidas por la naturaleza y, en gran medida, ello ha sido un factor estimulante clave del intervencionismo imperialista a lo largo de la historia. Sus resultados sobre el desarrollo de las poblaciones de los países productores puede por tanto ser estudiado con bastante detenimiento. En cualquier caso, escasa relación tiene todo ello con los modelos de desarrollo económico, tal y como este fenómeno se ha manifestado a través de los dos últimos siglos.
Más allá de recordar experiencias concretas como la británica, apoyándose precisamente en la plataforma de sus colonias de la Commonwealth, o la española, basada en la expansión de un potente mercado interior estimulado por el crecimiento de la renta de la población española, también es útil analizar lo que nos dicen los modelos teóricos.
La UE tiene que eliminar sus subvenciones a las exportaciones agrícolas y profundizar su apertura comercial exterior
Los más sencillos establecen que son las tasas de ahorro y de acumulación de capital, base de la inversión, la evolución de la población, como denominador en el reparto del producto interior bruto, el progreso tecnológico y especialmente el capital humano, los factores determinantes del crecimiento económico a largo plazo.
También parece cierto que el crecimiento económico, siendo condición necesaria del desarrollo económico, no lo es en suficiente medida, si no se produce un conjunto de cambios estructurales e institucionales, vinculados en gran medida a los mecanismos de funcionamiento de una sociedad democrática y una adecuada distribución de la renta que permitan ese proceso de progreso social y económico que llamamos, en definitiva, desarrollo económico.
El comercio exterior tiene sin duda un papel importante en el desarrollo económico internacional, aunque históricamente se ha comprobado que no es condición suficiente.
La condición necesaria y suficiente es el desarrollo del mercado interior, la implantación de un sistema fiscal ortodoxo que dote a los Gobiernos legítimos de capacidad de inversión pública -infraestructuras, educación, sanidad...-, la estabilidad monetaria que le conceda fiabilidad internacional, la implantación de instituciones, reglas y normas que den confianza a la inversión extranjera y, en definitiva, el asentamiento de una sociedad civil organizada según modelos bien contrastados en muchos lugares del mundo.
Sin dichos prerrequisitos la liberalización comercial agrícola de la UE, o de Japón, tendrá consecuencias obvias. En primer lugar, el enriquecimiento de operadores económicos que aprovechen la fragilidad institucional y las condiciones óptimas para depredar las zonas potencialmente más productivas y con menores disciplinas sociales del planeta. Y en consecuencia, la inviabilidad económica de un modelo rural europeo que no estuviera sostenido por la filantropía pública.
Todos compartimos la preocupación por las consecuencias del desorden económico internacional y la carga de la deuda de los países en vías de desarrollo que, en su día, generó el comportamiento depredador del capital financiero mundial. Pero no es introduciendo nuevo desorden y nuevas víctimas el modo en que pueda abordarse un desarrollo equilibrado de los países más pobres. Es más bien, precisamente, denunciando las consecuencias contrastadas del modelo de librecambio sin trabas que muchos piensan aún es la panacea para los pobres. ¡Qué ingenuidad!
Todo lo anterior no debe impedir el análisis de las responsabilidades de la PAC europea en la actual situación de desorden internacional. La Unión Europea debe eliminar sus subvenciones a las exportaciones agrícolas y debe profundizar su apertura comercial exterior, siendo como es el primer importador mundial de productos agrarios y alimentarios.
También es evidente que debe modificar el actual sistema de ayudas directas, bastante obsoleto, aunque por vías muy distintas de las propuestas por la Comisión Europea, que pretende su consolidación definitiva. Todo ello puede ser abordado sin renunciar a un modelo de sociedad rural, basado en un sistema de agricultura sostenible y competitiva, respetando la naturaleza y las demandas sociales de una sociedad avanzada.
Pero también debe quedar muy claro que ello precisa de un filtro aduanero que permita una cierta autonomía respecto de mercados mundiales sin normas, ni disciplinas de ningún tipo.