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La Atalaya

La impaciencia de Bush

La impaciencia mostrada por Bush en sus últimas declaraciones respecto a Irak parece responder más a causas de política interior que a las vacilaciones y dudas, cuando no rechazo, que una guerra contra el régimen de Sadam Husein provocan en el resto del mundo. No es, precisamente, EE UU un país que se amilana ante las críticas exteriores a una acción militar determinada cuando cuenta con el apoyo sólido y sin fisuras de su opinión pública y de su establishment político. Lo que ocurre ahora es que, como muestran las últimas encuestas, el apoyo ciudadano a un ataque en solitario a Irak se resquebraja y el Partido Demócrata parece salir de su mutismo y atacar la política agresiva de la Casa Blanca, como se puso de manifiesto con la declaración del senador Edward Kennedy pidiendo más tiempo para que los inspectores de Naciones Unidas puedan completar su labor antes de que Bush tome la decisión final.

El último sondeo de la revista Newsweek nuestra que el 60% de los encuestados quiere que los inspectores continúen con su labor y que el 80% se muestra contrario a una intervención en solitario o sólo con el apoyo de uno o dos aliados. Y, como muestra de ese sentimiento, el pasado domingo más de 200.000 personas se manifestaban en Washington contra los planes bélicos de la Casa Blanca, en la mayor protesta congregada en la capital federal desde la guerra de Vietnam. Una guerra, aquélla, perdida -conviene recordarlo- más como consecuencia de la oposición ciudadana y de los medios de comunicación que de las ofensivas del Viet Cong. Otra encuesta de Time y la CNN reduce al 53% el apoyo popular a Bush, un porcentaje aún importante pero 10 puntos menor al registrado en noviembre. Como escribe en su columna semanal William Pfaff, Bush no ha logrado concitar con Irak la unanimidad que suscitó en el país el ataque a Afganistán tras los atentados terroristas del 11-S. A su juicio, Bush ha sido incapaz de convencer a la opinión pública interna y externa de que 'una guerra tendrá más consecuencias positivas que negativas' y que, hasta ahora, se ha limitado a subrayar la amenaza que Sadam supone para EE UU 'sin explicarla ni documentarla'. Más bien al contrario. El hallazgo en Irak la pasada semana de una docena de ojivas capaces de albergar armamento químico demuestra la utilidad de la labor de los inspectores de la ONU así como la imposibilidad de Sadam de seguir adelante con sus programas de destrucción masiva mientras se mantenga la presencia de los funcionarios internacionales en territorio iraquí.

Asumiendo, que es mucho asumir, que una intervención militar provocase el derrocamiento del dictador en días, nadie está seguro de que se fueran a cumplir las previsiones de los halcones -Cheney, Rumsfeld y Rice-, para quienes un Irak post-Sadam constitucional y democrático contribuiría a extender la democracia a todos los países del Oriente Próximo. Los esfuerzos de algunos países árabes, encabezados por Arabia Saudí, Egipto y Jordania, para lograr que Sadam acepte un exilio voluntario como medio de evitar la guerra tienen mucho más que ver con el temor a que una eventual democratización de Irak desestabilice sus regímenes que a la solidaridad panárabe. La próxima semana será decisiva. El lunes, el Consejo de Seguridad escuchará el informe de Hans Blix sobre las inspecciones, y el martes, Bush pronunciará su discurso anual sobre el estado de la Unión. Atentos a esas 48 horas.

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