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La opinión del experto
Tribuna
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Ejecutivos comprometidos

Antonio Cancelo analiza la importancia que tiene concienciar a los altos ejecutivos de la necesidad de crear e impulsar organizaciones más solidarias

El pasado día 18 de diciembre se celebró en el Hotel Palace de Madrid una jornada de reflexión sobre el desarrollo sostenido y sostenible, organizada por la Fundación Iberdrola, que de este modo hacía su presentación pública en sociedad. El lema de la jornada deja constancia de la preocupación a la que trataba de dar respuesta, al interrogarse sobre la posibilidad de mantener un crecimiento continuado, sin por ello poner en cuestión el desarrollo de las generaciones futuras.

El análisis realizado desde muy diversos puntos de vista, generalistas y especializados, se inclina más bien hacia la afirmación de que ambos términos, sostenido y sostenible, no sólo carecen de antagonismo, antes al contrario, se exigen mutuamente para poder afirmarse.

Y ello resulta importante desde la visión de la empresa que me encomendaron desarrollar, ya que no resultaría deseable, ni quizá posible, apostar por una sostenibilidad que matara el crecimiento, no sería sostenible, ni tampoco lo contrario.

Si el desarrollo sostenido y sostenible quiere ser algo más que terminología de moda, hay que repensar el modelo de empresa

Lo que sí puede afirmarse, aunque resulte demasiado rotundo, es que sin empresa sostenible no hay mundo sostenible, porque la empresa constituye uno de los ejes básicos vertebradores de la sociedad, al incidir directamente en la generación de riqueza, la creación de empleo y la conservación de la naturaleza. Sin un tejido empresarial eficiente es impensable la existencia de una sociedad próspera y el propio estado de bienestar sería inmantenible, ya que su continuidad y su ampliación dependen, no sólo de la manifestación de una voluntad política, sino de la capacidad económica necesaria.

Los recursos públicos que hacen posible un Estado de bienestar se nutren, mayoritariamente, de los impuestos que afectan a las rentas de trabajo, del capital, al valor añadido, etc., que se generan fundamentalmente a través de la actividad empresarial.

Tendríamos que hablar también de la empresa como espacio convivencial en el que transcurre una parte importante de la vida de las personas durante largos años, del entorno de creatividad en que se convierte, de su papel en la formación, etc., lo que reafirma el rol neurálgico que desempeña en los tres ámbitos que afectan a la sostenibilidad, lo económico, lo social y lo ambiental.

Pero si el desarrollo sostenido y sostenible quiere ser algo más que terminología de moda, hay que añadir al modo de hacer tradicional, si además de ropaje vendible quiere transformar, se necesita repensar el modelo de empresa, para responder de modo más adecuado a las nuevas aspiraciones que los ciudadanos reclaman y la ética exige.

Desde la óptica económica hay que preguntarse si la continua, excesiva y casi excluyente referencia al incremento de valor para el accionista es justificable desde la perspectiva de la sostenibilidad. Parece a todas luces una interpretación reduccionista de la empresa, al olvidar la existencia de otros acreedores como, principalmente, el mundo del trabajo.

En el terreno social baste aludir al compromiso de la empresa con el empleo estable. Lo habitual consiste en que ante cualquier variación negativa de la demanda se recurra como respuesta más inmediata al recorte de plantilla. No se puede negar que ello alivia la situación a corto plazo, pero tampoco hay que desconocer que de este modo conseguir vincular a los trabajadores en el proyecto empresarial resultará imposible y sin ese compromiso las perspectivas a largo plazo se verán comprometidas.

La respuesta a las exigencias ambientales que, no se sabe por qué, aparecen con demasiada frecuencia como la única referencia a la sostenibilidad, sólo será posible si se entiende como un factor de competitividad y no como un lastre que asumir en función de determinadas exigencias legales.

Responder y superar las exigencias legales es perfectamente compatible con la competitividad, a condición de que exista la necesaria capacidad creativa. Utilizar menos unidades de entrada por cada unidad de salida de todos los factores productivos exige revisar los procesos, siendo necesaria la colaboración de todo el potencial reflexivo existente en la empresa, para lo que seguramente hay que modificar el modelo organizacional.

No son de recibo las acusaciones de dumping ecológico o de dumping social que se lanzan con frecuencia en los países terceros, con débiles o inexistentes exigencias ambientales o sociales, al competir con los países más desarrollados. Falta memoria histórica al olvidar nuestro reciente pasado, en el que el único factor competitivo era la existencia de una mano de obra barata, sin otros requisitos, es decir, la misma situación de aquellos a los que ahora se acusa.

En definitiva, las condiciones para un desarrollo sostenido y sostenible se darán en la medida en que estemos dispuestos a contemplarlo desde la triple perspectiva de los económico, lo social y lo ambiental. Limitado al terreno medioambiental, es cercenarlo y reducirlo a lo más actual y llamativo.

Cualquier avance en la dirección simplemente esbozada requiere de unos directivos conscientes de que su responsabilidad trasciende lo inmediato, sin desatenderlo, para proyectar la empresa hacia un futuro en el que haya esperanza de mantenimiento del bienestar para quienes ya lo poseemos, ampliándolo a aquellos otros para quienes hoy el concepto de sostenibilidad se reduce a comer cada día.

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