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Tribuna
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Deficiencias innovadoras del sector químico

Durante la última década, el gasto en I+D en el sector químico ha aumentado a un ritmo que supera incluso el crecimiento de las ventas.

Este dato, sin duda positivo, es susceptible, sin embargo, de una segunda lectura que resulta mucho menos optimista: en la actualidad, el ritmo innovador de la industria no consigue superar la velocidad del proceso de estandarización de esas innovaciones. En otras palabras, poco después de que un nuevo producto o servicio llegue al mercado, se convierte en una commodity, en un producto o servicio básico que es ofertado por diferentes compañías pero con características muy similares. Todo lo que hoy es nuevo mañana ya es estándar, lo que provoca que la destrucción de valor en la estandarización sea mayor que la creación de valor a través de la innovación.

En estas circunstancias, las empresas químicas deben afrontar cuanto antes el reto de diseñar procesos de innovación eficientes, que aporten un valor añadido, bien sea a través de nuevos productos, de nuevos servicios asociados a esos productos, de la potenciación de la marca o de la innovación en los costes. El objetivo debe ser la creación de valor para el cliente. Desde esta perspectiva, la innovación debería estar presente a lo largo de todo el ciclo de vida de un producto y no sólo en el momento de su lanzamiento.

Este planteamiento requiere una sólida estrategia de la innovación, algo que hoy por hoy es poco frecuente en el sector químico, donde la innovación es más una suerte de visión que una estrategia alineada con la propia estrategia corporativa. La falta de sintonía entre una y otra provoca la asignación de recursos, tanto humanos como materiales, a proyectos que, en realidad, no resultan prioritarios para las compañías, con la consiguiente pérdida de eficiencia.

Además de la orientación estratégica de la I+D, las organizaciones que aspiren a calcular el valor añadido de su innovación deben medir otros dos niveles: el organizativo y el de recursos.

El primero engloba tanto el diseño adecuado de los departamentos de I+D como el sistema de incentivos, la gestión del conocimiento y los procesos. Un reciente estudio elaborado por la consultora Roland Berger ha puesto en evidencia a la práctica totalidad de los grandes grupos empresariales que operan en el sector químico. La evaluación de sus procesos de innovación es absolutamente insuficiente si tenemos en cuenta que sólo el 30% ha definido con exactitud los factores clave para alcanzar el éxito. Además, una mayoría carece de procesos integrados de gestión de riesgos, un hecho que repercute en la excesiva tardanza en descartar proyectos. Muchos de ellos siguen adelante consumiendo tiempo y recursos simplemente porque son la niña bonita del jefe.

De la misma manera, la asignación y la gestión de los recursos humanos resulta, en general, escasamente estratégica. Los departamentos de I+D presentan desequilibrios en su composición porque la rotación de profesionales resulta insuficiente, lo que a medio y largo plazo deriva en un trabajo rutinario y poco comprometido con los objetivos de la organización. Pese a la importancia de incentivos no económicos, como el reconocimiento público de méritos, sólo un 20% de las organizaciones reconocen utilizarlos.

A grandes rasgos, este es el panorama que ofrece el sector químico en el capítulo de la innovación, un escenario que sin duda deberá modificar si quiere seguir compitiendo con posibilidades de éxito. La estrategia de la innovación debe enfocarse hacia el valor añadido, hacia aquello que puede aportar tanto al negocio como al cliente. Y ello requiere una estricta gestión de proyectos y un seguimiento de los procesos con sistemas de medición no sólo de parámetros financieros, sino también de ventajas para el consumidor, factores internos y evaluaciones de las personas involucradas en la innovación. Sistemas de medición, por otra parte, que deben estar ligados a los sistemas de evaluación corporativa.

Crear valor a través de la innovación significa definir estrategias enfocadas al valor añadido mediante la determinación de los factores clave para alcanzar el éxito, una estricta gestión de proyectos, un seguimiento y control de todos los procesos con objeto de racionalizar las estructuras y procesos de la innovación y el uso más eficiente de los recursos.

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