El coloso en llamas
Amedida que la industria cinematográfica fue esmerando sus habilidades en lo que a efectos especiales se refiere, las grandes productoras se embarcaron en filmar supuestos de catástrofes y vértigos, con las más variadas truculencias in crescendo con el fin de atraer la atención del espectador, que buscaba emociones fuertes para salir de la rutina y el aburrimiento a los que, a la postre, pueden conducir las civilizaciones urbanas de las economías desarrolladas.
Emociones, por otro lado, más pasajeras y menos inquietantes que las que quedaban después de ver Los pájaros o El diablo sobre ruedas. Pero que servían, además, como recordase un crítico de aquellos años, para que después de ver El coloso en llamas y hacerse cargo de las calamidades que padecían los figurantes que estaban acosados por el fuego, cualquiera saliese del cine pensando que lo mejor que a uno le podría pasar es que le siguieran subiendo la gasolina y la cesta de la compra.
Ha llovido mucho desde entonces y las crisis actuales en poco se parecen a aquellas que obligaban a subir, de forma rampante y continuada, los carburantes. Con ello las gentes se han acostumbrado a vivir en medio de una sucesión de sobresaltos y han ido constatando que lo de las subidas reiteradas de precios se ha ido acompañando con un deterioro en la estabilidad de cualquier mercado. Y con una creciente incertidumbre que ha propiciado que se acepte cómo se hacen cada vez más precarias las relaciones mediante las cuales se compran y venden capacidades laborales.
Otros cambios, como los tecnológicos y los que propician la ampliación de clientes hasta las antípodas, se ha llevado por delante la seguridad que daban las experiencias y competitividades productivas asentadas en el dominio de determinadas habilidades y culturas industriales pasadas. De forma que hoy cualquier economía puede pasar, en cuestión de semanas, de ser una realidad floreciente a estar integrada por empresas sin futuro ni viabilidad alguna de recuperarlo.
Entre medias se han vivido, sin embargo, momentos de lucidez y crisis aleccionadoras que han permitido liberar a la humanidad de las salmodias del pensamiento único y de las consejas de los que argumentaban que la historia se había acabado. O que la gestión del conflicto social se podría dirimir al compás de la evolución de los mercados bursátiles.
Momentos que permitieron que el padre de Doble W perdiese las elecciones después de haber renunciado a entrar en Irak simplemente porque su electorado estaba más preocupado por la economía que por las posibles hazañas bélicas. Mientras que ahora los adversarios de su hijo acaban de perder la mayoría en el Senado por no haberse percatado que el personal, cuando se le ha convencido de vivir dentro de un coloso en llamas, es difícil que tenga oídos para otra cosa que no sea cómo poder dejar atrás el miedo a que en cualquier momento todo se venga abajo.
Desde aquellos primeros filmes han mejorado mucho los efectos especiales y el cine digital ha permitido recrear situaciones mucho más espectaculares e impactantes.
Para no ser menos la realidad ha superado con creces también sus registros de horror y sorpresa. Y los ritmos con que se ha hecho y se hace todo han conseguido que ya nadie piense en el largo plazo, ni quede tiempo para indagar sobre las causas que llevan a tal desasosiego e inseguridad. Ni tampoco para poner manos a la obra para tratar de remediar que las cosas sigan por estos derroteros. Y es que sólo hay ánimo para llamar a los bomberos y esperar que ellos salven momentáneamente la situación, aunque con sus drásticas medidas dejen los edificios hechos unos zorros y necesitados de una revisión a fondo en cuanto pase el sofocón.
Que es lo que viene haciendo desde los comienzos del siglo el señor Greenspan, que a medida que baja un poco más los tipos va viendo cómo su afilado gorro de mago de las finanzas se va transmutando en el romo casco de un bombero que no sabe por dónde ha empezado el fuego. O si habrá más focos que los que hoy han convertido en piras imposibles de apagar la confianza de los mercados, la credibilidad de los dirigentes y la esperanza de encontrar una salida.
En este ambiente, y más con la revolución conservadora que la Administración Bush es posible que quiera poner en marcha, es difícil que quienes tendrían que pensar en nuevos horizontes estén prestos para mirar más allá de donde pisan. Ni puede que desarrollen esos talantes y arrojos de los que habla Giuliani en su reciente Liderazgo, que como señala no se adquieren de un día para otro.
Con lo que parece que no hay otro mañana que seguir viendo cómo los viejos modelos se siguen quemando. O empiezan a languidecer, a medida que los tipos se acercan a cero, como lo viene haciendo Japón desde hace años. Y es que el futuro es difícil construirlo si los únicos protagonistas con redaños e ideas para salir de la quema siguen siendo los bomberos.