Alemania o la ayuda del BCE
Cada dato sobre la evolución de actividad que se publica en Alemania es peor que el anterior, pese a que la economía camina en plano inclinado desde hace cinco trimestres. El Gobierno alemán reconoció ayer que tendrá que revisar, una vez más a la baja, las previsiones de crecimiento para este año y el que viene, en línea con lo hecho por los seis institutos de análisis la semana pasada. Estos advertían que en 2002 el PIB no crecerá más allá del 0,4% y del 1,4% en 2003. Un crecimiento, como los propios institutos advertían, que no sacará a Alemania de la situación de debilidad en la que está inmersa.
Los comentarios de los analistas alemanes van más lejos. Aseguran que el programa económico presentado por el canciller, Gerhard Schröder, no solucionará los problemas. Por si faltaba algo, el índice de confianza empresarial del IFO en octubre, conocido ayer, ha sufrido el quinto descenso consecutivo (hasta niveles desconocidos desde hace nueve meses), especialmente por las débiles perspectivas de negocio que los empresarios divisan para los próximos seis meses.
Alemania es, además, prisionera del Pacto de Estabilidad, que sus autoridades impulsaron para toda Europa. El Gobierno de Schröder ha manifestado su intención de cumplir el compromiso con la UE en materia fiscal y no superar el 3% del PIB de déficit estructural y llegar al equilibrio presupuestario en 2006. Por tanto, carece de capacidad de maniobra fiscal para incentivar el crecimiento: no puede elevar el gasto ni reducir los impuestos, porque añadiría más riesgos a su quebradiza política de cuentas públicas. Sin olvidarse de realizar las reformas que tiene pendientes, especialmente en el mercado laboral, una salida está en la ayuda de una política monetaria más expansiva, que ayudaría, por pasiva, al resto de Europa.
Hay coincidencia en que el BCE tiene margen para bajar los tipos de interés, pero de momento hace caso omiso a las presiones políticas de los Quince. Una rebaja de tipos generaría más crecimiento que inflación, según reconoce el propio BCE. Sin embargo, dejaría prácticamente fuera de juego a algunos países con tasas elevadas de crecimiento, pero también de inflación, como España, Holanda o Irlanda. Alemania, por contra, admitiría hoy tipos de interés muy cercanos al 2% (frente al 3,25% actual) sin crear tensiones inflacionistas. Una bajada de tipos, en definitiva, reactivaría el crecimiento en toda la Unión, sin riesgos agregados en los precios y alejaría los atisbos de deflación. Pero el conservadurismo y la ortodoxia del BCE no encuentran margen para la flexibilidad, pese a tener el precio del dinero en una tasa nominal que casi duplica la de EE UU.
Alemania está ciertamente atenazada por las circunstancias. La antes poderosa locomotora europea depende en exceso de la economía de EE UU y la debilidad de esta última se ha trasladado a Alemania y, a su vez, se extiende al resto de países de la UE. La economía europea no avanza si la alemana está parada.