Una Bolsa en busca de suelo
La Bolsa española ha ido encadenando una crisis tras otra a lo largo de los últimos dos años y medio. El actual ejercicio va camino de cerrarse como el tercero consecutivo de caída, algo que no ocurría desde los años de la transición a la democracia, cuando a la inestabilidad política interna se superpuso la primera crisis del petróleo.
El catálogo de causas del desplome actual es amplio y conocido. El estallido de la burbuja tecnológica, la crisis de las empresas de telecomunicaciones, el derrumbe del peso y de la economía argentina, su contagio a Brasil y al resto de la región, el brusco aterrizaje de la economía estadounidense con la desaceleración económica global aparejada, los ataques terroristas del 11 de septiembre han conducido de modo muy especial a minar la confianza de los inversores en los mercados, elevando la prima de riesgo de la renta variable frente a activos más seguros. A este rosario de factores que han minado los resultados de las empresas se han añadido los escándalos contables en grandes compañías y los de la banca de inversión y auditores, así como el encarecimiento del crudo en un clima prebélico.
Las pérdidas acumuladas desde máximos superan el 50% en la gran mayoría de las principales Bolsas del mundo, y también en casi todos los grandes valores del mercado español. Los analistas han ido fijando niveles que eran considerados suelo siempre en el teórico peor-de-los-escenarios-posibles, pero la realidad ha ido dejando cortas esas previsiones.
Desde el punto de vista del inversor de a pie, quedan pocos consuelos. La euforia de capitalismo popular que se extendió entre 1996 y 2000 ha dejado tras de sí una amarga resaca, pues la mayoría de los particulares se ha mantenido al pie del cañón durante la crisis.
Desde el subsuelo bursátil no preocupa tanto la caída adicional que pueda sufrir la Bolsa, sino más bien cuánto tardarán en recuperarse las cotizaciones. La Bolsa se encuentra ahora en medio del túnel y la desorientación es completa. Hay poca visibilidad en cuanto a los resultados de las empresas, pues plusvalías y quebrantos extraordinarios se combinan, ofreciendo una imagen distorsionada de la realidad.
Las previsiones para el futuro siguen algo infladas, en opinión de los analistas, pero no está claro si el mercado cotiza aún atendiendo a esas previsiones oficiales o si ha efectuado por su cuenta un ajuste adicional. El valor del dividendo como fuente de credibilidad del beneficio parece haber recobrado protagonismo en esta época de malabarismos contables. Las empresas intentan afirmar que su castigo bursátil es inmerecido por la vía de reafirmarse en el dividendo. Los anuncios de Telefónica, el SCH, Endesa y el BBVA en ese sentido son significativos, si bien su alcance e importancia difieren en cada caso. Más allá de resultados y dividendos, la cuestión de la confianza aparece como clave para que los mercados se recuperen.