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Tribuna
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El fin de las megaconferencias

Se acabó la fiesta. Johannesburgo ha vuelto a su rutina peculiar. En el centro de convenciones de Sandton, donde hace poco más de 100 jefes de Estado y de Gobierno debatían cómo conseguir un desarrollo sostenible, se está organizando un festival de moda veraniega. La exposición Ubuntu se desmantela, convirtiéndose en su campo de cricket original. Las calles vuelven a quedar medio vacías, con la población blanca conduciendo sus coches mientras la población negra intenta adaptarse al precario sistema de transporte público.

Los medios de comunicación también vuelven a su agenda de prioridades. Bush parece más determinado que nunca a invadir Irak y ha pasado un año desde el 11-S.

Después de dos breves semanas ocupando titulares, el desarrollo sostenible vuelve a dejar de ser noticia. La resaca de la Cumbre Mundial para el Desarrollo Sostenible apenas se recuerda. Resurgieron antiguas promesas, se firmaron nuevos compromisos, hubo sonrisas, reconciliaciones, críticas y frustraciones. Pero mirando atrás, uno se pregunta ¿valió la pena?

Uno de los principales logros de la cumbre fue que los Gobiernos firmaran acuerdos para establecer metas concretas para el desarrollo. Para el año 2015 se pretende reducir a la mitad la gente que vive en extrema pobreza, restaurar las cuotas de pesca a niveles sostenibles, reducir a la mitad las personas que no tienen acceso a agua potable y a sanidad básica y reducir la mortalidad infantil en dos tercios, entre otros objetivos.

Pero la gran mayoría de estos objetivos se establecieron en conferencias anteriores; ya fuera en Río, en Monterrey o a través de los objetivos del Milenio. Lo que no se ha definido es qué tipo de políticas se han de implementar para cumplirlos. En este sentido, la cumbre tan sólo ofrece las actividades de Tipo II, de naturaleza voluntaria, formadas a través de alianzas entre el Gobierno, el sector corporativo y la sociedad civil. Pero ¿qué exigencias concretas se les propone a los Gobiernos? y ¿qué pasará en 2015 si estos objetivos no se consiguen o incluso si empeoran? Según vimos en Río, el incumplimiento de los acuerdos no condiciona en nada a los Gobiernos.

La cumbre ha costado alrededor de 52 millones de euros, en una región donde 13 millones de personas están a punto de morir por desnutrición; ha utilizado 400 toneladas de residuos, de los cuales sólo el 20% era reciclable; ha juntado a 100 jefes de Estado en una época en que el terrorismo internacional está de moda (de hecho, la extrema derecha blanca surafricana intentó volar el centro de convenciones, pero fue detenida por los guardias de seguridad) ¿Es necesario el riesgo?

El ministro surafricano de Comercio e Industria, Alec Erwin, comentó que la cumbre había puesto muchísima presión en el Gobierno surafricano y cuestionó si este tipo de reuniones era la mejor manera de enfrentarse a los problemas del desarrollo. El primer ministro Danés, Anders Fogh Rasmussen, afirmó que la década de los noventa fue la de las megaconferencias, pero la actual se ha de concentrar en crear acciones concretas y conseguir resultados.

Tanto a nivel ambiental, por la necesidad de trasladar tanta gente a un sitio concreto; como de seguridad, en una época de frágil estabilidad política; como de la eficiencia en la gestión, debido la dificultad de llegar a acuerdos ante semejante masificación de gente, el coste de las megaconferencias es incuestionablemente alto.

La tecnología y los medios de comunicación actuales hacen que la concentración física de personas sea innecesaria. Y de todas formas, tal y como se vio en Johannesburgo, debido al espacio reducido y a la masificación de gente, gran parte de los asistentes tuvieron que seguir el proceso a través de televisiones ubicadas fuera de las salas de negociación. Los pocos recursos dedicados al desarrollo no sólo son escasos, sino que han ido disminuyendo paulatinamente desde Río. La eficiencia de estos recursos debería ser maximizada para que repercutan directamente en los clientes del desarrollo: las comunidades más pobres.

Entonces, ¿valió la pena? Una de las cosas que generan este tipo de cumbres es conciencia. También hacen llegar la problemática universal de la pobreza a los sitios donde es ignorada. Pero la promoción de las necesidades actuales para resolver los problemas no es suficiente. Hace falta acción y hacen falta resultados.

Uno de los aspectos más positivos que tuvo esta cumbre fue la participación de la sociedad civil. El desarrollo y los problemas con la pobreza en el pasado no sólo han fracasado por falta de recursos, sino porque los recursos invertidos han sido gestionados por élites minoritarias con intereses personales, ya fueran multinacionales o representantes de Gobiernos. La presencia de organizaciones no gubernamentales genera la presión necesaria para que la gestión del poder sea transparente y se comprometa a responder ante el público sobre sus responsabilidades.

Es difícil imaginar la necesidad de otra cumbre dentro de 10 años donde los Gobiernos vuelvan a consensuar unos principios ya acordados pero no cumplidos. Pero, si esta cumbre ha servido para que los Gobiernos entiendan lo importante que es integrar a la sociedad civil a través de foros participativos para que la toma de decisiones se realice de manera democrática e integre la voz de los más necesitados, entonces, habrá valido la pena.

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